Esta es la invitación que hace el corazón de Jesús a toda la humanidad. Porque tanto amó Dios al mundo que, en la plenitud de los tiempos envió a su hijo amado, Jesús, a este mundo para que todos los hombres pueden encontrar en él la salvación y la paz. Viene a nosotros para que nosotros vayamos a él.

Así es, Jesús el que ha salido del Padre viene a los hombres, llama a sus puertas, busca a los perdidos, y pide insistentemente a aquellos que lo escuchan: “venid a mí”.

Lamentablemente cuando estamos cansados y agobiados tendemos a intentar solucionar las cosas por nosotros mismos. El resultado es evidente, terminamos más cansados y agobiados. Lejos de reconocer con humildad que necesitamos ser ayudados, por Dios y los hermanos, solemos encerrarnos en nuestra autosuficiencia que en esos momentos resulta fatídica.

En realidad, nadie puede salvarse a sí mismo, si entendemos “salvación” en el sentido más pleno del término. Y, sin embargo, ¡cuánto nos cuesta confiarnos a otro para que cuide de nosotros y alivie nuestra carga!

Alguna vez he probado a hacer esta pregunta: “Tú, ¿quieres salvarte?”. La respuesta inmediata es la que estaba esperando: “Por supuesto”. Y ante eso concluyo diciendo: “Mientras quieras salvarte, no tienes nada que hacer; has de desear que sea Cristo quien te salve”. Parece una distinción muy tiquismiquis, excesivamente sutil, como si fuera simplemente cuestión de palabras, pero lo que subyace bajo estas expresiones tiene mucho más fondo, es de mucho calado:  tendemos a querer salvarnos por nuestras fuerzas, con nuestros méritos, por el éxito de nuestros planes e iniciativas.

La realidad es que ese camino no se cumple del todo, nunca llega a término. Nunca es suficiente. Sin darnos cuenta, vamos acumulando cargas y cargas sobre nuestros hombros cansados hasta que literalmente extenuados no podemos más. Lo más triste es cuando esto, lo hacemos con argumentos de tipo religioso; de ahí que Jesús echara en cara a los fariseos de su tiempo que usasen la ley, no para el bien del hombre, sino para su sometimiento. Les decía: “Vosotros ponéis fardos pesados sobre los hombros de la gente y no movéis un dedo para ayudar”.

Jesús ha venido hacer todo lo contrario. En sentido estricto ha venido a arrimar el hombro, más aún a cargar sobre su hombro con nosotros y nuestras cruces. Mientras todos los demás dicen y no hacen; Jesús calla y actúa.

Esa cruz tan pesada y en algunos casos tan aparentemente injusta que cargamos cada uno de nosotros resulta ser una parte pequeña de la cruz que Jesús carga por todos los hombres. Ahora, sabiendo esto, sí podemos afrontar las dificultades y el peso de la vida y de cada jornada, porque sabemos que Jesús carga nuestra cruz con nosotros, él está nuestro lado y nos sostiene cuando no podemos avanzar. Pienso en los enfermos, en los encarcelados, en los que se sienten solos y abandonados, y en tantos otros. Pueden entender esta enseñanza de Jesús como Simon, el de Cirene, a quien le obligaron a cargar con una cruz que él rechazaba y terminó no queriendo abandonarla en el Calvario, porque en ese camino de la cruz (su particular viacrucis) había encontrado el amor de Jesús y este amor se le había revelado la mayor de sus fortalezas.

Vayamos a Jesús, entreguémosle nuestras cruces, carguemos juntos su yugo, y encontraremos nuestro descanso.