Una vez, Jesús preguntó: “¿y vosotros quién decís que soy yo?” Y cada uno tuvo que responder personalmente a esa cuestión. Hoy, podríamos escuchar a Jesús preguntarnos: “¿y vosotros cómo me recibís en vuestra vida?”

En el evangelio vemos dos maneras muy distintas que corresponden a dos formas de ser diferentes: Marta y María.

Jesús va recorriendo aldeas y pueblos como una especie de predicador itinerante al que acompaña un nutrido grupo de discípulos. Nada posee, no tiene dónde reclinar la cabeza, pero su condición de profeta, la fe en él como mesías, le hace ser recibido muchas veces con gran solicitud, aunque otras veces es rechazado, como vimos que sucedió en una aldea de Samaria.

La preocupación de Marta es lógica: el número de huéspedes, la importancia de Jesús, comida para tantos, el trabajo en “la cocina”. Pero además tiene que ver como su hermana María, le deja a su hermana sola con todo el trabajo. De ahí que se queje a Jesús; no solo recrimina la actitud de la hermana, sino que deja caer también un reproche al mismo Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el servicio? Dile que me eche una mano”.

Esta alusión a la falta de interés de Jesús es lo que más le duele al maestro en su corazón. Como cuando los discípulos en la barca le recriminan: “Señor, ¿no te importa que perezcamos?” Y para colmo, Marta se atreve a decirle a Jesús lo que debe decirle a María.

Evidentemente, Jesús no entra por ahí. Al contrario, se puede decir que hace justamente lo contrario. Es a Marta a quien reprende cariñosamente. Y de paso le enseña una gran verdad.

Tratar bien al huésped es un criterio honroso y así lo habían enseñado de padres a hijos, generación tras generación en el pueblo de Israel. Como acogieron Abraham y Sara al Señor que se les apareció junto a la encina de Mambré; pero cuando llega la Buena Noticia, el Reino de Dios, todas estas honras quedan purificadas. Llega Jesús, y es importante recibirle como se merece; pero es más importante escucharle. A María no le importa tanto lo primero; escuchar a Jesús, cara a cara, corazón a corazón, en su propia casa, ¡eso sí que es fascinante!

“Marta, Marta”; basta decir estas palabras para que sepamos qué nos quiere decir el que las dice. Andamos metidos en mil cosas, preocupaciones, tareas… el activismo es uno de los males de nuestro tiempo. Pero, solo una cosa es importante: Escuchar la palabra. Todos los discípulos de Jesús, no solamente los que consagran su vida a la contemplación, tenemos que atender a «lo único absolutamente imprescindible», que es escuchar la Palabra. Absolutamente imprescindible porque escuchar la palabra es el alimento, el agua. Sin eso, no hay vida espiritual. Jesús mismo se define como Palabra, que es Agua viva venida del cielo, que es maná dado por el Padre.

Por eso hoy me pregunto:” ¿Cómo te recibo yo?” Como me gustaría a mí o como sé que te gusta a ti, Señor. Tú me pides que permanezca en silencio a tus pies. Oyendo tu palabra y acogiéndola en mi corazón para saborearla y asimilarla toda mi vida. Es urgente hacer este cambio de mentalidad, esta conversión. Lo más importante de mi día es dedicar un tiempo prolongado a la oración, no solo a la oración de petición, sino a escucharte y contemplarte a ti, Jesús. Porque solo así podrás llevar a término en mí la obra buena que ya has comenzado.

La dificultad que muchas veces expongo es que “no tengo tiempo”. Pero no es verdad. “No tengo tiempo” significa, simplemente, “otras cosas me importan más”. Si no tengo tiempo para orar, esto significa que hoy no te recibo en mi casa, no te acojo en mi corazón.