Hoy es día petición y acción de gracias por todo lo bueno que Dios nos ha regalado, así nos lo cuenta la liturgia. Qué oportunidad más buena para saber dar gracias y para saber pedir, porque en ambos terrenos andamos maltrechos. ¿Os acordáis del estribillo de aquella canción que decía gracias a la vida que me ha dado tanto? Yo me pregunto, ¿es que se puede dar gracias a algo que no sea una persona? Yo agradezco a mi madre y a mi padre sus cuidados conmigo, y cómo me trajeron hasta mis días pertrechado con la fe cristiana y con las ganas de conocer al ser humano más a fondo.
La acción de gracias se refiere siempre a un encuentro. Cuando Oscar Wilde entró en la cárcel de Reading, estaba deshecho por dentro, se sentía abandonado del mundo, sin la caricia de la mirada ajena. No hay más que leer las primeras páginas de De profundis, la obra donde lo cuenta, para entrar en todas esas lágrimas interiores. Pero una vez que iba esposado para hacer una declaración, un amigo suyo lo vio por la calle y se quitó el sombrero para saludarlo. Aquel gesto motivó una sacudida interior profundísima en el escritor irlandés. Había un amigo que no se avergonzaba de él, uno solo. Se emocionó hasta los tuétanos y brotó en él un agradecimiento desde lo más profundo de su alma herida de muerte.
Si le agradeces a Dios que tienes una salud de hierro y jamás has pisado un hospital, ve con cuidado, porque a ver si cuando carezcas de ella le vas a mirar desairado. Le agradecemos a Dios el provecho que nos proporciona la salud y el provecho de nuestros dolores, porque para un cristiano en todo abunda el provecho. Como los novios, que prometieron amarse en la salud y en la enfermedad. Nada nos detiene para estar eternamente agradecidos a Dios. Es la libertad absoluta. Nada interrumpe la relación a pesar de las circunstancias. Deberíamos aprender a estar en posición de agradecimiento, porque Él nos regaló la condición de ser humano, sujetos independientes y libres con capacidad de amar y reír. Es fundamental agradecer a Dios la capacidad de la apreciación, de la buena pintura, de la conversación, y hasta de la comida, como los canutillos con crema que me tomé el otro día con unos amigos cerca de Burgos.
¿Y cuáles son nuestras peticiones? Más que pedir un hueco en la calle para aparcar, nuestro ruego debería ser el de la escucha profunda al ser humano que sufre. Un don que escasea. El ser humano vive en posición de acaparar, una palabra que adoramos: acaparar el hueco en la acera, la posición central en el hogar, el privilegio laboral. Y claro, Dios debería concedernos ese privilegio de la superioridad, ¿no nos dijo pedid y se os dará? Pero Dios se hizo hombre y se puso de rodillas delante de doce hombres mezquinos, poniendo a un lado su categoría de Dios. ¿Quién se atreve a pedirle a Dios una posición semejante? Sólo desde ahí empieza la revolución.
Pedir mansedumbre, que petición más profunda. Pedir silencio para oír. Pedir la sorpresa, porque Dios se hace presente siempre inesperadamente. Nos falta verdadero trato con Dios para darle gracias y pedir.
Querido hermano:
Te ofrezco hoy los pensamientos de dos grandes santos que intimaron con Dios y nos enseñaron a orar desde la vida.
El primero es San Agustín:
«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti».
El segundo pensamiento es del Santo cura de Ars:
«La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esa íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión».
Esa pobre criatura, de la que habla el cura de Ars, eres tú y soy yo, hijos de Dios; al que le podemos llamar, «Padre». Él no es un conocido, un amigo o un familiar lejano; Él es tu Padre, que no necesita protocolos de ilustrísimo y excelentísimo. Él quiere que le llamemos: «Padre, papá», y que nos sintamos hijos queridos.
Cuida tu oración cada día y no digas que no tienes tiempo para hacerla; lo que nos falta, muchas veces, es orden. Un Padrenuestro no te cuesta rezarlo demasiado tiempo, tan solo veinticinco segundos, ¿sabes cuántos segundos tenemos al día? Pues, ochenta y seis mil cuatrocientos.
Como ves, es más cuestión de orden que de tiempo. Por el lugar, no temas; desde cualquier lugar te escuchará el Señor. Si te encuentras delante de un sagrario, fenomenal. Pero no olvides que Dios escucha siempre la oración que sale del corazón.
Reza cada dia el Santo Rosario. Tu hermano en la fe: José Manuel.
Muy buenos días. Me llamo Paqui, tengo 76 años, y mi deseo es: que me gustaría recibir la liturgia diaria, junto con sus comentarios.
Eternamente agradecida. Un abrazo en Cristo
También podemos dar gracias por estas reflexiones que nos iluminan y, porque no, también pedir para que siempre haya inteligentes y santos que las escriban.
Para Miguel, me uno a tu sugerencia. Personalmente estoy muy agradecido a ellos.
Dios nos ama