JESÚS CURA (VIERNES 28 DE OCTUBRE DE 2022)

VIERNES DE LA XXX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,12-19):

En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

JESÚS CURA

Quien le iba a decir al Papa Francisco que su original y provocativa definición de la Iglesia que nos dio, en el primer año de su pontificado, se alzaría como un baluarte a seguir, una brújula segura, cuando llegó primero la Pandemia y luego la Guerra en Ucrania. Me refiero a la definición de la Iglesia como “hospital de campaña”: “la Iglesia se parece a un hospital de campaña: tanta gente herida, tanta gente herida… que nos pide cercanía, que nos piden aquello que pedían a Jesús: cercanía, proximidad. Y con esta actitud de los escribas, de los doctores de la ley y fariseos, ¡jamás! – ¡jamás! daremos un testimonio de cercanía”.

El texto del evangelio de hoy nos muestra a Jesús de un modo especial: “de él salía una fuerza que los curaba a todos”. Es Jesús-médico, el médico de los hombres, que proclamaba “el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia”, y que envía a sus discípulos a salir al encuentro de las muchedumbres, “extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”.

Recuerda siempre que Jesús cura, que Jesús sana. No solo enseña. Si redime, si salva, no lo hace desde la atalaya de su divinidad inalcanzable, sino desde la cercanía de su humanidad, de su abajamiento, de su encarnación, de su pasión y su muerte donde ha hecho suyos todos los dolores y todos los sufrimientos del mundo. Y recuerda que la Iglesia, la que hacemos tú y yo cada día, no es una cátedra erudita y distante del drama de los hombres, ni un dispensador de normas y permisos, sino un hospital de campaña, el hospital que acoge, acompaña, cura, y abraza a todos los hombres, sin juzgarlos, sin clasificarlos, sin apartarlos, sino de rodillas, limpiando con el aceite de la salvación todas sus heridas, las del cuerpo, las de la mente, las del alma.

Jesús, el medico por antonomasia, no sólo nos trae en su propia persona la medicina de Dios, sino que convoca a hombres y mujeres de todo tiempo y lugar para ser sus discípulos misioneros, que habrán de ser también médicos enviados por el Médico-Maestro, del que han aprendido que el mundo no es sino un caótico campo de batalla en el que los hombres pelean por su supervivencia más elemental, o por mendigar su dignidad, o por encontrar el sentido de sus vidas, cuando no pelean unos con otros en el desesperado engaño de que “si quieres la paz prepara la guerra”.

Así Jesús, el medico de los hombres, licencia en la medicina de la vida a sus apóstoles, y les manda a las prácticas de los hospitales ambulantes por todas partes dándoles “autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia”. Y proporcionándoles unas instrucciones muy precisas: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis”.

Médicos, sí, también tú y yo, médicos enviados por Él. Médicos no por libre sino capaces de generar por doquier Iglesia, es decir, hospital, casa, hogar, comunión para sanar todo tipo de dolencias, “hospital de campaña”. Islas de misericordia donde curar las heridas, todas las heridas, las del cuerpo, las de la mente, las del alma. No para vendarlas sin haberlas curado, con cuatro tópicos consejos de ánimo. Tampoco para hurgar en ellas, examinando las conciencias o moralizando a los heridos, sino curando, sanando, con aplomo, con delicadeza, con la ciencia del amor eficaz, el amor que cura.