Señor, hay exigencias tuyas que a veces me parecen inalcanzables. ¿Perdonar siempre las ofensas que me hagan? Pienso en tantos roces diarios que me provocan enfados, tristeza o frustraciones: una mala cara que me ponen, una contestación brusca, un favor que omiten, una escucha sin interés, una crítica a las espaldas de la que me entero. Humanamente, en tantas ocasiones, me resulta difícil perdonar. Me duele dar otra oportunidad, cuando a veces no manifiestan el arrepentimiento que creo que deben manifestar. Incluso me indigno: ¡ya está bien de pasar por alto tantas impertinencias, que no soy de piedra, que tengo corazón, que así no pueden portarse conmigo! Humanamente ni es fácil ni es agradable perdonar. Pero el cristiano tiene otros motivos, los motivos sobrenaturales, divinos, redentores, que le hacen capaz de mirar a los otros con los ojos de Cristo. De perdonar a sus hermanos con la misericordia con la que Cristo le perdonó a él.

Por eso quiero hacerte en este día la petición audaz de los apóstoles: aúmentame la fe. La fe que, por tu gracia, ya tengo, pero que en ocasiones se enfría, se mancilla, se oscurece, se atenúa. Esa fe, roca sólida, que me posibilita actuar de forma distinta a la que propone el mundo. No quiero venganzas, ni deseo revanchas. Detesto el rencor y aborrezco las listas de agravios. Pero me cuesta mucho perdonar de corazón, sobre todo cuando aquellos que me ofenden son los más cercanos, a quienes más quiero, con los que más intimidad comparto. Por eso te pido que aumentes mi fe: para verte detrás de lo que no entiendo, de lo que me duele, de lo que me hace sufrir. Para ser capaz de vislumbrar en las faltas de caridad de los otros una llamada tuya a que me configure más contigo: quizá quieres purificarme, hacerme más humilde, que salga más de mí mismo, que me agarre sólo a ti.

Cuando el prójimo me haga daño, en vez de un reproche, un comentario destemplado o unos malos modos: ¡auméntame la fe, Jesús! En vez de murmuraciones, que llenan de amargura mi corazón: ¡auméntame la fe, Jesús! En vez de rencores que destruyen relaciones: ¡auméntame la fe, Jesús! Para tratar bien a esos que me hicieron daño. Con cariño. Con delicadeza. Con amor cristiano. Y así te agradaré. Te haré feliz, Señor. Así pasaré menos malos ratos, sabiéndome capaz de ser misericordioso. Así daré un testimonio a los otros de que tú, Jesús, con tu presencia, me transformas. Así les invitaré, más con las obras que con las palabras, a penetrar en la belleza de una vida cristiana coherente.