“Ya lo pensaré mañana”. Nos encanta posponer lo que es costoso, lo que nos exigirá sacrificio y renuncia a la comodidad. ¿Cuándo va a llegar el reino de Dios? Los perezosos -muchas veces somos nosotros mismos- pensarán que cuanto más tarde, mejor. Así no tendrán que plantearse cambiar su forma de vivir, sus costumbres mundanas, su existencia vacía de trascendencia. Parece como si dijesen: «aprovechemos mientras no llega ese reino, disfrutemos al máximo de todo, dejemos vía libre a nuestros instintos, caprichos, ocurrencias». Ven ese reino como una carga que limita su libertad, que les corta la alas, que cercena sus deseos de autonomía. Un reino que sería como una suerte de obstáculo que nos hace ser personas a medias, porque no podemos disfrutar de lo que disfruta todo el mundo. Cuanto más tarde, mejor.

Jesús nos dice que ese reino ya está en medio de nosotros: aquí, en nuestra vida diaria, en los problemas cotidianos. Un reino sin fuegos artificiales, sin gestos aparatosos, sin cosas extraordinarias. Pero un reino que cambia el color a nuestra existencia, porque le da un sentido nuevo. Un reino que nos hace dar un valor de eternidad a todas nuestras acciones. Un reino que supone divinizar las cosas cotidianas, los pequeños gestos de cada día. Un reino que da la felicidad no sólo en la alegría sino también en el momento del dolor. Un reino que posibilita que cumplamos nuestra vocación, que llenemos nuestro corazón de ilusiones grandes, que sigamos un camino que nos realiza como personas. Un reino que nos despega de los bienes materiales, que son pasajeros, para valorar los del espíritu, que son eternos. Si lo vemos así, no tiene sentido que deseemos que llegue lo más tarde posible: ¡que venga ya ese reino! ¡que no tarde!

Ayúdame, Señor, a saborear ya ese reino que sucede en medio de mi vida: no está allá lejos, distante, inalcanzable. No tengo que esperar al final de los tiempos para que reines en mi corazón. Ahora mismo puedo prepararte un gran palacio en mi alma que sea tu trono real: para que reines en mis pensamientos, en mis palabras, en mis obras. Que quien vea mi alegría, mi sentido sobrenatural de la vida, mi ilusión por perdonar a los que me ofenden, mis ganas de sacrificarme por los más necesitados, pueda preguntarme: ¿a qué se debe ese modo de vivir? Y contestaré, sin titubeos: porque Jesús reina en mí. Porque aunque sea pobre, limitado, con pecados y equivocaciones, tengo preparado un trono para el Señor.