Hoy es una fiesta dolorosa y delicada. La parte buena es que el día de la circuncisión, los judíos ponen el nombre al niño. Ignoro completamente qué se hace en caso de las niñas para dato tan crucial (lo investigaré). Sin querer, he buscado fotos del rito judío en internet destinado a los varones, y sigo encogido de la aprensión que me da… ¡Vaya trance doloroso y delicado!

En nuestro caso, según el testimonio evangélico, acorde a las costumbres judías, a los ocho días procedieron al primer sangrado del Niño Jesús, que ofreciendo parte de su carne, entra a formar parte del pueblo elegido, según la costumbre hecha alianza con Yahvéh en tiempos de Abrahán. De este modo, Jesús entra en la obediencia de la primera alianza, a la que viene a dar plenitud, esta vez, con la sangre de su Cruz: sangre de la nueva y eterna alianza. Eterna, porque —como vimos ayer— Él nos da aquello que tiene y nosotros no.

Bajo el cielo no hay otro nombre que pueda salvarnos sino el de Jesús, el Cristo, el Mesías prometido. En hebreo, Jesús significa «Yahveh es salvador». Literal, tratándose de la segunda persona de la Trinidad.

Juan el Bautista nos recuerda otro de los títulos de Jesús: el Cordero De Dios que quita el pecado del mundo. Otra alusión a la sangre derramada que ofrecerá en el patíbulo de la cruz para la salvación del mundo.