San Juan evangelista afirma: «El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo». Justo antes, acaba de afirmar que el Diablo es el que «peca desde el principio». Se refiere al relato de la creación, con la dichosa manzana mordida de Eva, que no fue una manzana sino un melocotón de Calanda, como bien saben en ese pueblo. Steve Jobs tendría que haber elegido otro logotipo…
Mordió, y todo se fastidió. Cayeron Adán y Eva en la trampa del que peca desde el principio. Entra de esta forma dramática el pecado en el mundo, en el corazón de los hombres. No es fácil comprender la trascendencia moral de esta afirmación de la Escritura, pero describe en formato verbo-sujeto-predicado una verdad como un templo que describe la realidad que vivimos, dentro de los corazones y en la vida social.
La Encarnación viene a deshacer el estrago causado. Y lo hace basando su curación en la medicina más hermosa: una relación personal de amor, una amistad única e inigualable con el Verbo. «Venid y veréis». Una invitación de amigo que acoge en su casa a quienes van a ser -sin que ellos lo supieran- los primeros discípulos del Maestro. ¡Una relación personal de amistad! ¡Es muy fuerte! ¡Se trata de Dios mismo!
Ese tú a tú es vital para Cristo. Bueno, no para Él, sino para nosotros. Sólo en el camino de una amistad va a revelar la grandeza de su corazón, deshaciendo en nuestras vidas los lazos del pecado que ha atado el Diablo.