El designio de Dios Padre para la humanidad es que creamos en su enviado, Jesucristo. No nos ha enviado a un profeta de segunda, o un adivino, o un revolucionario social. Aún más, tampoco es un profeta de primera, un sacerdote justo o un gobernador integérrimo. Se trata de su Hijo eterno, Dios De Dios y Luz de Luz.
La fe en Cristo como Hijo de Dios por naturaleza eleva la firmeza de la afirmación de «único camino al Padre» a un principio innegociable. No se puede competir a esas alturas con reducir a Jesús de Nazaret a muchas cosas a las que se ha reducido, sea a través de principios doctrinales, sea a través de reducciones culturales que terminan en un sincretismo que recuerda los panteísmos de Grecia y Roma. La idea del Concilio de Nicea fue precisamente esa: afirmar con rotundidad quien es verdaderamente el hijo de María. Con su habitual perspicacia e ironía, Chesterton afirmaba: «Si suprimimos el credo niceno y cosas similares, estaremos haciendo un flaco favor a los vendedores de salchichas». Es un modo de afirmar lo firme de la fe en Jesús como Dios. Si lo quitas, el mundo quedaría afectado profundamente. Después de dos milenios, el camino recorrido es mucho y la madurez de la Iglesia, muy grande. Ha iluminado la cultura occidental.
Con Cristo es todo o nada. Si hay medias tintas, ya no es todo, sino nada. Es la idea de fondo de esa afirmación de la carta de San Juan. Por eso, la llamada a creer en el Mesías se traduce inmediatamente en una conversión al mensaje que viene a traer a la tierra.
El Señor comienza su vida pública con un imperativo llamando a la conversión. Conversión hacia Él, hacia sus palabras, hacia su presencia imponente como perfecto hombre y perfecto Dios.
Querido hermano:
Me pregunto si somos capaces de ir más allá de leer el Evangelio e intentar vivirlo, llevar una luz grande a los que viven en tinieblas, predicar la conversión del Evangelio y recorrer todos los lugares posibles para llevar la Buena Noticia de Jesús.
Jesús nos invita a que prediquemos la conversión, el cambio de mentalidad, que abandonemos los criterios del mundo, que transmitamos el amor que todo lo restaura y cambia. El Evangelio nos invita también a que recorramos todos los ambientes, lugares, que intentemos llegar a todas las personas.
Pídele a Dios que te dé la santa impaciencia e inquietud para hablar de Jesús a quien tengamos delante. El Evangelio no se impone, se propone. Pero si tú y yo no hablamos de un tal Jesús, las piedras lo harán en vez de nosotros.
Y te quiero decir que yo sí quiero hablar de Jesús a mi alrededor, pues no quiero que las piedras me sustituyan en esta misión tan maravillosa: engendrar nuevos cristianos y hablarles del amor de los amores.
Tenemos que formar parte del ejército de liberación espiritual y llevar a Jesús al corazón del mundo. Esta es nuestra hora.
Que tu vida sea fecunda.Reza cada día el Santo Rosario. Sé voluntarioso, ayuda al más necesitado. Ora por otros, por sus necesidades.Tu hermano en la fe: José Manuel.