El bautismo de Jesús que tuvo lugar en el río Jordán, con San Juan Bautista como testigo excepcional, da comienzo a la vida pública de Jesús, cuando rompe el misterioso y largo anonimato de su vida oculta, revelándose ahora como el el Mesías esperado durante milenios por el pueblo de Israel.
Y comienza a lo grande: en el bautismo se manifiestan las tres Personas de la Trinidad beatísima, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Manifiesta así la novedad radical que se añade al ritual del bautismo, ritual conocido en muchas religiones como símbolo de purificación, re-nacimiento o inserción en una comunidad. En el pueblo judío era costumbre hacer ese ritual en el río Jordán, donde acudían muchos personajes a bautizar. El más conocido para nosotros es Juan el bautista, pero existían otros muchos.
Isaías expone en la primera lectura la vocación del siervo de Dios, que se realiza de modo pleno en Jesús de Nazaret. La segunda lectura alude a la unción de Cristo, que en el día de su bautismo no fue con aceite, como acostumbraban los judíos, sino con el mismo Espíritu Santo divino. “Cristo” viene de la palabra griega “Cristós”, ungido, aludiendo al “crisma”, el ungüento con que se realizaba la unción. Los creyentes somos ungidos en el bautismo con el Espíritu Santo que ungió a Jesús, revelándole como el “Cristós” de Dios, el ungido de Dios. Y por eso nos llamamos cristianos: participamos de la unción del Espíritu Santo que recibió Cristo aquél día en nombre de toda la humanidad.
El don del Espíritu Santo nos hace hijos en el Hijo, semejantes a Él. Le convierte en nuestro Hermano mayor, y por lo tanto, hace que su Padre, sea también mi Padre. El bautismo hace de Dios mi familia. La filiación divina es una relación familiar con Dios. Tratamos a Dios de modo familiar, porque él lo ha querido.
Esta relación familiar la experimentamos de muchos modos. Uno entrañable es cuando vas a casa de los abuelos, o un hermano, o unos primos. Llamas al telefonillo o a la puerta y te abren con todo cariño porque te reconocen como parte de sus vidas. Tu llegada es una alegría porque te aman. Eso es la relación familiar: reconocer a las personas, respetarlas, ayudarlas, construir una familia juntos y sobre todo amarlas.
En cambio, si llamas a una casa cualquiera, seguramente no te abran ni el portal. En casos de necesidad, los desconocidos pueden echarnos una mano: cuando un niño se extravía, cuando he tenido una caída en la calle con rotura de hueso, cuando roban a alguien… Pero no es una relación familiar. Es una relación por necesidad que responde al civismo que todos debemos cultivar en la sociedad.
Está claro que todos somos ciudadanos, pero no todos son mi familia. La diferencia es clara. Y esta diferencia es lo que marca la necesidad del bautismo: el bautismo hace que Dios sea mi familia. No es un ciudadano más, ni te mira como un ciudadano más al que atender en caso de necesidad por puro civismo o beneficencia. Es tu Padre, tu Hermano mayor, y la intensidad con la que te ama con amor familiar es el mismo amor familiar que les une a ellos: es el Espíritu Santo. Cuando llamas a su puerta, ¡estás llamando a tu puerta porque es tu casa!
Querido hermano:
Me pregunto si somos capaces de ir más allá de leer el Evangelio e intentar vivirlo, llevar una luz grande a los que viven en tinieblas, predicar la conversión del Evangelio y recorrer todos los lugares posibles para llevar la Buena Noticia de Jesús.
Jesús nos invita a que prediquemos la conversión, el cambio de mentalidad, que abandonemos los criterios del mundo, que transmitamos el amor que todo lo restaura y cambia. El Evangelio nos invita también a que recorramos todos los ambientes, lugares, que intentemos llegar a todas las personas.
Pídele a Dios que te dé la santa impaciencia e inquietud para hablar de Jesús a quien tengamos delante. El Evangelio no se impone, se propone. Pero si tú y yo no hablamos de un tal Jesús, las piedras lo harán en vez de nosotros.
Y te quiero decir que yo sí quiero hablar de Jesús a mi alrededor, pues no quiero que las piedras me sustituyan en esta misión tan maravillosa: engendrar nuevos cristianos y hablarles del amor de los amores.
Tenemos que formar parte del ejército de liberación espiritual y llevar a Jesús al corazón del mundo. Esta es nuestra hora.
Que tu vida sea fecunda.Reza cada día el Santo Rosario. Sé voluntarioso, ayuda al más necesitado. Ora por otros, por sus necesidades.Tu hermano en la fe: José Manuel.
Al volver a casa, me encantó encontrarme, aun esperándome, el portal de Belén , con la Sagrada Familia. Os ruego que sigaia reinando y protegiendo siempre en ella, Señor.