Cuando uno ha experimentado el amor con mayúsculas sabe que el chispazo inicial es insuficiente. Es una luz, una promesa, una esperanza de plenitud, pero necesita crecer, cultivarse, alcanzar mayor intimidad. Si no podríamos convertir en el amor en un mero sentimiento, que va y viene. San Pablo, del que hoy celebramos su conversión, perseguía a los cristianos, luchaba para que el mensaje de Cristo fracasase, no tenía piedad de quienes de adherían al Evangelio, pero encontró esa luz, esa promesa, esa esperanza de plenitud. Tuvo una experiencia personal de Jesús y eso le cambió la vida. Pasó de ser alguien que odiaba a Cristo a alguien que lo amó con locura. Pero si se hubiese quedado en ese momento puntual, en esa chispa, en ese asombro, no habría saboreado el amor con mayúsculas. ¿De verdad deseo amar cada día más a Cristo, meterme más en su corazón, participar con más profundidad en sus sentimientos? Sea mi anhelo, por tanto, crecer en el amor. Del mismo modo que esa hoguera de la Vigilia Pascual, para no apagarse, necesita que se le vayan lanzando cartones, palos, maderas que pueda ir consumiendo, para que el fuego crezca y no se quede en cenizas, así ocurre con el amor a Jesús en la vida espiritual.

Ojalá, Señor, mi corazón esté lleno de deseos de tratarte, aunque a veces tenga sequedad, a pesar de que en ocasiones me domine la aridez interior, incluso cuando sienta que las ganas me abandonan. Que yo no sienta tu presencia, durante algunos periodos de tiempo, no quiere decir que te hayas marchado de mi lado: seguramente quieres purificarme para que mi amor sea más auténtico, más sincero, más limpio, más coherente. Que no me quede anclado en ese maravilloso chispazo inicial que me abrió horizontes para una vida plenamente cristiana, porque eso es sólo el principio de una aventura sobrenatural. Que mi amor no aspire sólo a lo emotivo, a los sentimientos, a las sensaciones. Quiero un amor más maduro, que sepa estar a la altura en los momentos fáciles y en los que cuestan. Un amor en el que vaya siendo educado gracias a la acción del Espíritu Santo. San Pablo quedó cautivado por ese encuentro con Jesús, pero su amor fue poco a poco siendo educado. Primero vino Ananías y después otros tantos, que le ayudaron a caminar por ese camino divino, para ser cada día más valiente, más entregado, más apóstol. Pidámosle al Señor que nos ayude a tener un corazón despierto que no se quede en chispazos amorosos pasajeros sino que quiera penetrar hasta el fondo en el amor con mayúsculas.