(N.b: Ayer celebramos el IV domingo de Cuaresma. Coincidió con el 19 de marzo, habitual solemnidad de San José. Pero como «donde hay patrón no manda marinero», la solemnidad del Hijo de Dios prevalece sobre la de su padre San José, que se traslada a hoy).

Elegido en medio de la cuaresma (un 13 de marzo), el papa Francisco quiso celebrar la Misa de inauguración del pontificado en la fiesta de San José. Recuerdo perfectamente su homilía porque en ella desarrolló lo que consideraba las líneas de su pontificado tomando como analogía principal la función del Santo Patriarca: la de custodiar. Dejo abajo el link por si quieres zambullirte en aquella preciosa y breve -fiel a su estilo- homilía.

Señalaba ya el papa argentino que bajo el patrocinio de San José ponía todo su pontificado, convencido de que con tan buen intercesor, la tarea que el Señor le encomendaba no podría fracasar. Es conocida la escultura del santo patriarca -dormido- bajo la cual el papa pone los asuntos más delicados.

La vocación de San José fue única en la historia de la humanidad, en sintonía con la vocación única que recibió su mujer, María. A lo largo de los miles de años de historia de salvación, muchos han compartido la tarea de pastorear, de profetizar, de curar, de tener visiones, de hacer signos y prodigios en nombre de Dios. Pero María y José no tienen paralelo ninguno.

Primero, porque la intensidad de gracia que los rodea no es comparable a nada: María recibe el don exclusivo de ser Inmaculada en su concepción porque ella será el primer sagrario de la historia, el lugar en el que Dios «pisará tierra», se hará carne, se hará visible, palpable para toda la humanidad. La grandeza de la unión hipostática que se realiza en su seno es un misterio de tal calibre que quizá lleguemos a comprenderlo en en Cielo. Hablaremos de ello el sábado próximo, día de la Encarnación. San José recibe la preciosa vocación de ser el esposo de la Inmaculada Concepción, preparando así su posterior tarea de hacer las veces de padre de quien se dignó tomar nuestra condición humana, Cristo. El título de esposo es propiamente el que celebramos litúrgicamente: «San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María». Dado que no es el padre biológico de Jesús, habría llevado a confusión poner ese título: es padre por vocación divina. Además, el título de esposo subraya otro elemento que es esencial respecto a Jesús: le otorga la prometida ascendencia de la tribu de David, oriundo de Belén de Judá.

Segundo: la tarea del cuidado del Verbo de Dios se desarrolló durante muchos años. María y José son las personas que más tiempo han compartido con Jesús en la historia de la humanidad. En el caso de San José, su misión se circunscribe a la unión hipostática, al cuidado del Mesías y Redentor. Dicha tarea le sitúa en una posición única e irrepetible.

Tercero: Pío IX designó a San José como patrono de la Iglesia, tomando por analogía la tarea materna de María respecto al Cuerpo de Cristo, que no sólo es Aquél a quien cuidaron en la cuna de Belén y educaron, sino a la inmensa multitud de creyentes que a lo largo de los siglos reciben el don de la fe: el Cuerpo de Cristo lo forman la Cabeza (Cristo mismo) y los miembros, es decir, los santos. La tarea encomiable de San José de custodiar a Jesús, continúa realizándola con su cuerpo, que es la Iglesia, de la que él es patrono.

¡Ruega por nosotros, oh castísimo esposo!

¡Intercerde por nosotros, glorioso San José!

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Carta apostólica Patris Corde con motivo del año dedicado a San José. Pulsa aquí.

Homilía del papa Francisco 19-III-2013 (inauguración de su pontificado). Pulsa aquí.

Letanías a San José con los añadidos del papa Francisco. Pulsa aquí.

Oración del papa Francisco a San José. Pulsa aquí.