¡Pobre Moisés! Le encontramos con demasiada frecuencia entre la espada y la pared: los egipcios, que quieren matarle; los israelitas que se sublevan con él y contra el Señor; y al Señor también le tienta mandar a su pueblo elegido a freír espárragos (la lectura de hoy). Y el pobre Moisés, a intentar como buena madre a mediar constantemente para poner un poco de paz en corazones humanos y divinos soliviantados… Vaya carga pesada…

No menor que la carga de Cristo. Al menos, en su caso, descartamos la ira del Padre, aunque al Hijo le dan varios arrebatos de mandar a freír espárragos a lo tarugos que no pillan las indirectas… ni las directas. Al evangelio de hoy me remito: se percibe un hartazgo del Señor manifestado en la contundencia con que pone a Moisés como testigo de lo que hace, lanzando una pregunta retórica a modo de bofetón ante unos judíos que están viendo los signos de salvación que hace el Mesías y, en vez de responder con la fe, son como el repelente niño Vicente que a todo le pone pegas.

Advertencia del Señor: ojito con la vana-gloria, que a ese niño podemos llevarlo muy dentro de nuestra vida. Todo para la gloria De Dios. Y, en su caso, «todo» es «todo». Sin imágenes o simbolismos…