“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento”. Hay muchas maneras de dirigirse a Dios. Una de ellas es, por supuesto, desde el sentimiento. Sin embargo, los sentimientos son un instrumento de doble filo. Por un lado, muestran algo realmente humano de la persona que los emplea. Pero, por otro lado, existe el peligro de que nos esclavicen, es decir, de que dejen de depender de nosotros, para convertirse en tiranos de nuestras pasiones. Cuando, por ejemplo, alguien pone sus fuerzas en algo que, aun siendo aparentemente contrario a algo placentero (como sacrificarse personalmente en beneficio de otro), supone un bien superior, entonces los sentimientos tienen su auténtico sentido: servir con generosidad a un fin verdaderamente bueno.
“¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?” El ejemplo de Judas, en cambio, es el de estar arrebatado por sentimientos de envidia y avaricia. Es capaz de entregar a aquel que sólo le ha demostrado amor y compasión, simplemente porque se ha dejado dominar por un bien (si acaso pudiéramos hablar como tal), verdaderamente inferior: la codicia. Se ha convertido en esclavo de sus pasiones, dejando a un lado la verdad, para caer en la mentira de lo aparente y superficial… hasta el punto de llevar a su “amigo” a la traición y la muerte.
Pues bien, independientemente de lo que puedan opinar algunos sociólogos, la religiosidad popular está realmente cargada de sentimientos que llevan a la gente a ejercer algo auténticamente bueno. Ven en esas imágenes, acompasadas por el silencio y la admiración, el sufrimiento de un Dios que ha entregado su vida por ellos. No es algo postizo o fanático, sino que es un lenguaje que, trascendiendo lo puramente humano, y que nos lleva a identificarnos en lo mismo: nuestra absoluta necesidad de lo divino.
Me duele ver tanta mentira e hipocresía en aquellos que, en nombre de la objetividad y de lo ecuánime, dicen encontrarse por encima de ese sentimentalismo barato que supone dejarse arrobar por la imagen de un Cristo llagado, o una Virgen dolorida.
A veces, da la impresión de que el ser humano ha perdido el referente de sí mismo. Si no lo volvemos a encontrar en el misterio de la Pasión y Muerte de Jesús… ¿quién nos dará las respuestas a tanta inquietud y desasosiego que llevamos dentro? Así pues, no tengamos vergüenza de volcar tus sentimientos en tanto amor entregado… aunque sea a través de esa imagen de madera. Cristo se abrazó a una en forma de Cruz.
Querido hermano:
Estos días, haz examen de conciencia; analiza cuáles son las palabras, pensamientos y obras en tu vida que has de cambiar. Pues el amor de Dios es tan grande que le ha llevado a entregarnos lo más valioso que tenía: su propio Hijo.
Es tan grande lo que estos días estamos viviendo, que no podemos dejar pasar la oportunidad para decirle al Señor: «No quiero ser espectador pasivo, menos, mostrarme indiferente o formar parte de la masa».
De ahí que te invito a que renueves tu amor. Purifícalo y entrégate a Dios desde tu pobreza, reconoce tu pecado. Acude a la misericordia de Dios, que se entrega por ti, pero vive desde la fortaleza sabiendo que: «Amor con amor se paga».
Rezaré cada día el Santo Rosario con nuestra Madre la Virgen María. Y estaré a tu lado, no hoy si, no, siempre, Señor.
Tu hermano en la fe José Manuel.
Que pesao eres José Manuel
Los sermones hoy no interesan a nadie (suenan a mera teoría).
A lector habitual
Jesús se hace presente de forma misteriosa pero real, no se desentiende de lo nuestro, nos ama hasta el extremo. Esta es la gran enfermedad del mundo de hoy, que no sabe amar, prima el egoísmo. La sociedad genera descarte, exclusión, selección eugenésica.
Por eso, no celebra la Semana Santa quien está alimentando en su corazón sentimientos de egoísmo, de crueldad o rencor, desprecio. Solo celebra el Jueves Santo quien sabe amar, perdonar, acoger.
Reza cada día el Santo Rosario
Tu hermano en la fe: José Manuel.
Opino que José Manuel está en la línea correcta. Tal vez, me atrevo a decir, correctísima.
Dios nos ama.