“Les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado”. ¡Cómo le duele a Jesús la falta de fe de aquellos a los que fue anunciada su Resurrección! Más que sus pecados, sus caídas, sus debilidades, sus flaquezas, lo que hace daño a Cristo es la duda. Poca confianza tuvieron los apóstoles en María Magdalena. Poca también tuvieron los apóstoles cuando acudieron a ellos los discípulos de Emaús, que habían estado con Jesús. ¡Y eso que tanto María como Cleofás y su compañero venían felices, gozosos, llenos de alegría a anunciar lo que habían experimentado! Los demás, que estaban sumidos en la desesperanza, creerían que estaban locos, que habían perdido el juicio, que no sabían lo que decían. A Jesús le duele que no confíen en Él, pues prometió resucitar al tercer día y les aseguró que no les abandonaría. Pero el escándalo de la cruz pudo con todas las expectativas de los suyos.
Piensa si a ti el Señor no puede hacerte a veces el mismo reproche, doliéndose de tu incredulidad y dureza de corazón. Tendrás fallos, a veces no responderás con toda tu alma a las mociones divinas, en ocasiones sentirás que no estás pagando con amor al Amor que Él te tiene. Pero no desconfíes. No dejes que te venza la desesperanza. No tires la toalla. Jesús pudo reprocharles muchas cosas a sus apóstoles: que le hubiesen dejado tirado en los momentos de su Pasión, que le hubiesen negado, que no hubiesen tenido la valentía de estar todos al pie de la cruz, que no hubiesen pedido perdón por ello. Pero nada de eso les reprocha, a nada de eso se refiere, de nada de eso se duele particularmente. El dolor que brota de su corazón enamorado es un dolor que tiene su raíz en la falta de confianza de los suyos.
Pidámosle que en esta Pascua nos aumente la fe en su Resurrección. A veces perdemos de vista que Él vive y está a nuestro lado, que desde dentro nos hace más fuertes, que nos sostiene en los momentos difíciles, que nos da su gracia de manera sobreabundante. No dudemos de su continua presencia en nuestra vida. Cuando vengan personas a nuestro lado que nos anuncien la alegría de creer en Cristo, no pensemos que no saben lo que dicen. Contagiémonos de ellas. No seamos desconfiados cuando el ímpetu apostólico de corazones enamorados quiera transmitirnos el gozo de la Resurrección. Auméntanos, Señor, la fe. Que nunca puedas reprocharme la duda ni la dureza de corazón. Fallaré, porque soy pecador, pero te sé y te siento dentro de mí.
Querido hermano:
Jesús sabía bien que su vida era redentora, por eso, Él mismo nos dijo: «A mí nadie me quita la vida, Yo la entrego». La Cruz, la muerte de Jesús no es un fracaso, sino la victoria que nos trae vida.
La entrega de Cristo en la cruz y el gesto de María tienen relación: Jesucristo con su muerte difunde la fragancia de la redención, nos da vida, sentido a las dificultades, nos levanta de nuestras caídas, nos declara el amor incondicional que Dios nos tiene; cuando María unge a Cristo con perfume de nardo, la fragancia se transmite.
Acoger a Cristo, acompañarle en estos días, nos desafía a que nuestra vida sea también fragancia de ese amor que recibimos. Tu vida y la mía deben ser fragancia del amor incondicional y generoso de Dios.
Debemos transmitir la dulzura de la misericordia de Dios, que no se guarda nada, que lo entrega todo, que nadie queda excluido del banquete y de la victoria de Dios en la Cruz.
No te excuses para no ser fragancia de Dios, de vida, de generosidad, de escucha, de compartir, de una vida sencilla, de saber valorar lo pequeño; esos gestos entregan vida y transmiten la fragancia de una vida que vale la pena ser vivida.
Reza el Santo Rosario cada día. Tu hermano en la fe: José Manuel.