Sábado 22-4-2023, II de Pascua (Jn 6,16-21)

«Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando». Con el Maestro hay días de claro sol, de multitudes fervorosas, de sonoras aclamaciones y de milagros espectaculares… pero los hay también de noche cerrada, de viento fuerte y de mar encrespada. Jesús está ausente, los discípulos reman solos. El viento contrario les hace imposible la tarea. Las olas parecen más grandes y fuertes que la barca, zarandeada. ¿Dónde está el Señor? Probablemente los apóstoles ya no se acuerden ni de los panes, ni de las cestas recogidas, ni de los vítores para proclamar a Jesús rey… ¿Dónde está el Señor? Y nosotros tantas veces nos preguntamos… ¿dónde estás, Jesús?

«Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron». Toda la escena invita a la confianza. Jesús se acerca de un modo nuevo. Su presencia misteriosa les ha acompañado, quizás sin ellos notarlo. Él no se ha alejado. Con su oración ha velado, ha cuidado, ha protegido a sus discípulos en su barca. Su corazón y su mano poderosa no se han dormido en aquella noche. Esa nueva presencia oculta pero real nos anuncia ya la Eucaristía. Cristo es el ausente que permanece eternamente presente. Pero tenemos que aprender a reconocerle entre las olas y vientos de las tempestades de este mundo.

«Pero Jesús les dijo: “Soy yo, no temáis”». Confía, confía en Jesús. Es él el que se acerca y te da la mano. Sólo en él descansa tu alma. Por eso, no podemos más que responder al Maestro con aquellas palabras que brotaron de los más íntimo de la gran santa Teresa de Jesús:

 

Vuestra soy, para Vos nací:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Vuestra soy, pues me criasteis,

vuestra, pues me redimisteis,

vuestra, pues que me sufristeis,

vuestra, pues que me llamasteis.

Vuestra, porque me esperasteis,

vuestra, pues no me perdí:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Veis aquí mi corazón,

yo le pongo en vuestra palma:

mi cuerpo, mi vida y alma,

mis entrañas y afición.

Dulce Esposo y Redención

pues por vuestra me ofrecí:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Dadme muerte, dadme vida;

dad salud o enfermedad,

honra o deshonra me dad;

dadme guerra o paz crecida,

flaqueza o fuerza cumplida,

que a todo digo que sí.

¿Qué queréis hacer de mí?

 

Dadme riqueza o pobreza,

dad consuelo o desconsuelo,

dadme alegría o tristeza,

dadme infierno o dadme cielo,

vida dulce, sol sin velo:

pues del todo me rendí,

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Si queréis, dadme oración;

si no, dadme sequedad,

si abundancia y devoción,

y si no esterilidad.

Soberana Majestad,

sólo hallo paz aquí:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Si queréis que esté holgando

quiero por amor holgar;

si me mandáis trabajar,

morir quiero trabajando:

decid dónde, cómo y cuándo,

decid dulce Amor, decid:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Haga fruto o no lo haga,

esté callando o hablando,

muéstrame la ley mi llaga,

goce de Evangelio blando;

esté penando o gozando,

sólo Vos en mí vivid.

Qué mandáis hacer de mí?

 

Vuestra soy, para Vos nací:

¿Qué mandáis hacer de mí?