Cada vez, con los años, me impresiona más el sermón de la montaña. Percibo cada vez más su novedad, en la continuidad, eso sí, con la Ley. Veo cada vez más a Jesús como ese Nuevo Moisés: «Habéis oído que se os dijo… pero yo os digo». Y qué fuerza tendrían para el auditorio las palabras que recordamos hoy: «vosotros sois la luz del mundo… sois la sal de la tierra».
Sobre todo porque en ese auditorio habría pocos «expertos» en algo, doctores, gente importante… Los discípulos de Jesús, más allá de nuestra formación o de nuestra cuenta bancaria, somos todos luz del mundo y sal de la tierra. Como san Isidoro de Sevilla, a quien hoy celebramos, procedente de una familia todo de santos, pero en medio de un pueblo bárbaro como eran los visigodos. Dios le dio una gran sabiduría al dejarse hacer por Él. También a nosotros nos dará esta sabiduría para saber iluminar y dar sabor, si nos abrimos a su Espíritu.
Y eso no quiere decir que debamos hacer grandes cosas. Simplemente, dar testimonio en nuestra vida cotidiana. Si tenemos -somos- esa luz, quizá alguien se sorprenda al verla, y se pregunte qué le falta a él, y entonces podremos decirle: «Ven y verás».
Hay ahora unßacerdote que le encanta cantar , hasta mientras nos está dando la Comunión canta y mientras estamos dando gracias a Cristo por el maravilloso milagro de tenerlo dentro de nosotros, D. Pedre, canta la canciones emoción del momento.Bendito sea Padre.
Querido hermano:
A Dios lo único que le interesa somos nosotros. Nos crea por amor y busca nuestro bien. Como dirían los clásicos: «La gloria de Dios es que el hombre viva», por eso, cumplir la voluntad de Dios es buscar la salvación, el bien, el pleno desarrollo, la meta para la que hemos sido creados: la felicidad.
«En la fe debemos ir a lo esencial, porque es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario».
Cumplir la voluntad de Dios es descubrir nuestro verdadero yo y la meta de amor a la que estamos llamados.
Ten claro, además, que hacer la voluntad de Dios no significa anular nuestra voluntad o despreciarla, sino orientarla hacia el verdadero bien. Al amarnos Dios no busca su propio interés, someternos, anularnos, sino únicamente persigue nuestro bien y desarrollo.
Reza cada día el Santo Rosario. Tu hermano en la fe: José Manuel.