Hoy celebramos a santa Catalina de Siena, patrona de Italia y gran santa para toda Europa, motivo por el cual san Juan Pablo II la hizo también copatrona de Europa. «Sangre y fuego», era su lema. He estado varias veces en su casa, y se respira esa humildad de la que nos habla el evangelio de hoy. Pero también esa sangre, que es la sangre de Jesús que nos limpia los pecados, pero también la sangre de la penitencia y de las lágrimas por los pecados de otros.
Ante las dificultades de la Iglesia de hoy nos podemos acordar de esta gran santa. Ella fue valiente para decir lo que sentía ante Dios que tenía que decir, pero también para suplir con la penitencia lo que faltaba. Y sobre todo, se sentía tan amada por Cristo, que participaba de su cruz. Es todo un modelo, un ejemplo. Quizá inimitable, pero una cosa que podemos hacer es, como ella, aunque sea Pascua, meditar asiduamente la Pasión de Cristo. Allí contemplaremos su amor, y entonces podremos donarnos completamente a la Iglesia, como Catalina.
Ante el debate sobre el papel de la mujer, contemplamos hoy una mujer que, desde esa humildad evangélica y ese yugo de Cristo, supo combinar una alta contemplación con viajar y trabajar por restablecer la unidad de la Iglesia, y para que el sucesor de Pedro, «dulce Cristo en la tierra» como le gustaba llamarlo, volviera a Roma. Desde el amor de Cristo y por Cristo, trabajemos también nosotros por la unidad.
Querido hermano:
En este momento, si no es contigo, Señor, ¿a quién voy a acudir? ¿Quién me ofrece vida y salvación, perdón y restauración? ¿Quién me cura las heridas del alma como Tú? ¿Quién me busca sin cansarse hasta que me encuentra? ¿Quién me carga sobre sus hombros? ¿Quién me devuelve amor, ternura y perdón ante la ofensa cometida?
No quiero buscar, Señor, en ningún sitio, pues solo Tú tienes palabras de vida eterna.
Te invito hermano, hermana, a que vivas con gozo diariamente la relación con Jesús. Y con la Virgen María, y que reces el Santo Rosario, cada día.
Tu hermano en la fe: José Manuel.
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Creo que esta sugerencia de Jesús compendia su doctrina y su obra. La virtud de la humildad nos da entrada a las tres virtudes teologales y facilita la labor del Espíritu Santo en nosotros; nos permite entender su inspiración continua.
Pero qué difícil es ser humilde; implica vencer la soberbia original, tan arraigada en nosotros. Supongo que la podemos alcanzar con la oración.
Maravilloso concierto en el Auditorio esta noche.Gracias Señor por hacernos vislumbrar el cielo