Después del diálogo entre Moisés y Yahvé en el Sinaí, quizá éste de Pedro y Jesús sea uno de los más emocionantes de la Sagrada Escritura. “Pedro, ¿me amas?”. Suena impensable, un Dios necesitado del corazón humano no parece posible. A primera vista, ya digo, no puede ser, porque rompe la definición que hasta la fecha se tenía de Dios en todas las civilizaciones: independiente, impasible y poderoso. Jesús es frágil, como toda persona que mendiga el amor. Cuando alguien pregunta a otro si le ama, rasga los últimos velos de las intimidades: la intimidad del otro, porque le provoca para que se defina sobre el estado de su corazón; y la intimidad propia, porque hay que tener mucho valor para exponerse tanto.
Las interpretaciones de las tres preguntas de Jesús han sido variopintas y algunas poco atinadas. Hay gente que explica que el Señor le dice tres veces si lo ama porque tres veces le ha negado. Es la típica interpretación del moralista. Casi suena al ojo por ojo diente por diente: me fallaste no una vez, sino tres, paga ahora cada uno de tus desplantes con una respuesta firme. No parece que esta sea la actitud del Señor, que siempre se ha mostrado en su vida mucho más sutil, mucho más enamorado, mucho más interesado por la complejidad del corazón humano que por una retribución justísima.
Hay que dejar a los entendidos en las lenguas de la Escritura para que nos cuenten qué está pasando aquí. Benedicto XVI explica bellísimamente este episodio. Son tres verbos distintos con relación al amor los que Jesús usa con el que será el primer Papa. La primera pregunta se podría traducir así: “¿Me amas con un amor completo e incondicional?”. Es decir, ¿estás dispuesto a quererme casi de una forma sobrehumana sin un ápice de debilidad?, el pobre Pedro le responde en el texto griego así: “Señor, te quiero al modo humano, con mis limitaciones”. El Señor insiste en que su amor tiene que ser incondicional, que no valen corazones a medias, por eso añade: “¿Me amas más que éstos?”, refiriéndose al resto de discípulos. Pero la respuesta del sorprendidísimo Pedro no deja lugar a la duda. Le sigue diciendo que lo querrá a pesar de su incompetencia, “Señor, te quiero a mi pobre y defectuosa manera, con todas mis fragilidades a cuestas”.
Cuando Jesús le pregunta si le quiere por tercera vez, el evangelista cambia el verbo, así lo cuenta Benedicto XVI. Entonces el Maestro usa el mismo verbo que ha usado Pedro en sus respuesta. Es decir, es consciente de que no puede pedirle la pureza absoluta y que su incondicionalidad irá siempre mezclada con su propia debilidad. Él escritor Juan Manuel de Prada ha comentado esta última pregunta: “Jesús se da cuenta de que no puede exigirle a su amigo algo que no está en la frágil naturaleza humana; y, olvidándose de esa exigencia sobrehumana, se adapta, se amolda a la debilidad de Pedro, a la frágil condición humana, porque entiende que en su amor renqueante que tropieza y cae y sin embargo se vuelve a levantar dispuesto a proseguir sin titubeos su camino puede haber un ímpetu, una alegría de andar superior incluso a la de un amor que se cree vacunado contra todos los tropiezos”.
Entonces Pedro, viendo cómo su Señor se ha puesto a su altura, le dice… “Sabes que te quiero”
Querido hermano:
Te recuerdo que la mayor victoria del demonio no es que caigas, en lo que sea, la mayor victoria para él es que una vez caído, tengas la sensación de que no es posible levantarte, que no eres digno de confianza, que la misericordia de Dios no es para ti.
Si alguna vez has tenido tal sentimiento, reprende al enemigo en el nombre de Dios, y recuerda que no eres hijo del temor sino del amor. Por eso, hoy, Jesús te pregunta: «¿Me amas?», y te lo repetirá cuantas veces caigas. Él no puede dejar de amarte.
Recuerda que Dios corrige a quien ama, pero siempre lo hará desde el amor, pues no quiere perder a ninguno de sus hijos. Tú eres amado, por eso, gózate.
Pues: «Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman, eso es lo que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu».
Vive libre y alegre, pues Dios nunca va a dejar de amarte. Su madre la Virgen María, y madre nuestra, tampoco, nunca va a dejar de amarte. Reza junto a los dos el Santo Rosario cada día.
Tu hermano en la fe: José Manuel.
¡Santísima Virgen María, que para inspirarme confianza habéis querido llamaros Madre del Perpetuo Socorro!
Yo os suplico me socorráis en todo tiempo y en todo lugar; en mis tentaciones, después de mis caídas, en mis dificultades, en todas las miserias de la vida y, sobre todo, en el trance de la muerte.
Concédeme, ¡oh amorosa Madre!, el pensamiento y la costumbre de recurrir siempre a Vos; porque estoy cierto de que, si soy fiel en invocaros, Vos seréis fiel en socorrerme.
Alcanzadme, pues, la gracia de acudir a Vos sin cesar con la confianza de un hijo, a fin de que obtenga vuestro perpetuo socorro y la perseverancia final. Bendecidme y rogad por mí ahora y en la hora de mi muerte. Así sea.
¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Rogad a Jesús por mí, y salvadme.
Especial de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Reza cada día el Santo Rosario. Tu hermano en la fe: José Manuel.
Excelente el comentario del comentarista 4.Me ha ayudado en el fortalecimiento de mi débil fe.
Gracias.
Dios nos ama.
Comentarista 4, eres la caña!
Dios te lo pague.
Gracias.