“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros”. Con este saludo, San Pablo nos permite descubrir cómo el trato con Dios Uno y Trino forma parte de la oración de los cristianos. Algo que quizás, en no pocos casos, tengamos que recuperar. Y la solemnidad de hoy nos ayuda a volver nuestra mirada sobre el misterio de Dios que se nos ha revelado en Cristo. Después de haber renovado los misterios de nuestra salvación: desde el Nacimiento de Cristo hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, la liturgia nos propone la consideración del misterio central de nuestra fe: la Santísima Trinidad, el misterio insondable de la vida íntima de Dios.

Poco a poco, con una pedagogía divina, Dios nos ha ido revelando su realidad más íntima. Pero es Jesucristo quien nos revela la intimidad del misterio de Dios y la llamada a participar de él: Jesucristo se nos revela como el Hijo, nos muestra al Padre y nos envía el Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo, hijos de Dios. La filiación divina es pues ya esta participación en la intimidad del ser de Dios de su vida misma. Intentar adentrarnos en el misterio del Dios Uno y Trino es adentrarnos en el misterio mismo del hombre, en la realidad del misterio mismo del hombre, de lo que somos. Porque estamos creados a imagen y semejanza de Dios. Comentaba San Juan Pablo II en su “Carta a las Familias” con motivo del Año Internacional de la Familia: «Antes de crear al hombre, parece como si el Creador entrara dentro de sí mismo para buscar el modelo y la inspiración en el misterio de su ser». Somos, pues, imagen y semejanza de un Dios Uno en esencia y Trino en personas, un Dios que es una sociedad, una comunión de Personas; esta es la verdad más profunda de Dios y del hombre.

El conocimiento del ser de Dios me explica el ser del hombre: creado a imagen y semejanza suya, creado por el amor y para amar. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito”, nos dice el Señor en el Evangelio de hoy. El Amor que es Dios, es don de sí mismo. Y como los hombres somos creados por un amor así, un amor que es entrega gratuita de Dios mismo, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, el hombre “no puede encontrarse a sí mismo sino en la entrega de sí mismo” (Constitución Gaudium et spes, 24). “El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente” (San Juan Pablo II “Carta a las Familias” 11). Hay que aprender a amar así, porque únicamente en un amor como entrega de uno mismo es el único camino para la realización de la persona.

La Iglesia, consciente de su misión en el mundo, le recuerda al hombre quién es y a qué está llamado, que pertenecemos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

María es la criatura que con mayor intimidad ha tratado a cada una de las tres divinas personas: anunciación. Que Ella nos ayude a dar gracias y alabar al Dios Uno y Trino.