Hoy les toca a los saduceos «cazar» a Jesús en un renuncio. Quieren que se moje en otra cuestión polémica, esta vez doctrinal, que enfrentaba a los fariseos y saduceos: la doctrina sobre la resurrección de la carne. Los primeros la afirman, los segundos la niegan.

Clara y nítida es la respuesta de quien se revela ante María y Marta en el evangelio de San Juan como la resurrección y la vida: hay resurrección de la carne. Este dogma es clave, en primer lugar, para comprender el corazón mismo del testimonio de los evangelios: sólo la resurrección certificará de modo evidente la divinidad de Jesús. Pero la promesa del Resucitado es que, de igual modo que Él ha abandonado el sepulcro con una carne glorificada, eso mismo pasará a todos los que crean en Él. Sólo con la afirmación de esa resurrección de los fieles puede entenderse de modo pleno la doctrina del Reino de Dios con la plenitud que nos otorgará el día glorioso de la resurrección de la carne, al final de los tiempos, cuando vuelva Cristo glorioso a juzgar el mundo. En resumen: si quitas la resurrección de la carne, has quitado la zapata que cimienta todo el edificio.

Respecto a la relación personal, esta pregunta nos la hacemos todos: en el Cielo, ¿conoceré y amaré a mis abuelos, a mis padres, a mi esposo o esposa, a mis hijos? La respuesta es claramente que sí. Pero con un añadido importante que hoy aclara Cristo: tu capacidad de amar no será según tu medida, sino según la medida de Dios. Esto lo cambia radicalmente todo: tu capacidad de amar a las personas será «transparente», porque allí seremos todos como ángeles, en ese sentido de la «transparencia». Si aquí en la tierra tuviéramos esa cualidad, no nos llevaríamos los disgustos y desengaños que nos llevamos. Pero en el Cielo amaremos a nuestros familiares que hemos tenido aquí en la tierra con la misma intensidad (infinita) con la que amaremos al resto de los presentes en el Cielo. En resumen: sí que los amarás, pero con un amor perfeccionado según Dios.

En la canción «Me han contado que existe un paraíso», José Luis Perales olvidó preguntar si había un sitio para los fumadores. No lo sé, ni me importa, porque aunque soy de la liga antitabaco, sé que allí no me molestará nada. Seremos «como ángeles». Todo eso se escapa a nuestra comprensión profunda, aunque entendemos en líneas generales la idea, que revela mucho… sin explicarlo todo. Y es que, hasta la fecha, nadie ha resucitado salvo Cristo. Así que, para abandonar las conjeturas y conocer de primera mano en qué consiste estar resucitado, deberemos esperar a su segunda venida para experimentar eso de tener un cuerpo glorificado (sin necesidad de acudir a los retoques de Photoshop).