¡Estamos de boda! Tobías y Sara protagonizan un enlace que ha dado mucho fruto a lo largo de la historia: la oración que elevan hoy al Señor es una de las lecturas que recoge el ritual de matrimonio. Reconozco que, por su belleza, es mi preferida. Merece coger la biblia y leer el episodio entero, porque el fragmento de la liturgia de la palabra de hoy es un mero tráiler (por lo poco que cuenta). Si estás casado, conviértelo hoy en un buen rato de oración. Dice así:

«Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: «Levántate, mujer. Vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos proteja». Ella se levantó, y comenzaron a suplicar la protección del Señor. Tobías oró así:
«Bendito seas, Dios de nuestros padres,
y bendito tu nombre por siempre.
Que por siempre te alaben los cielos y todas tus criaturas.
Tú creaste a Adán y le diste a Eva, su mujer, como ayuda y apoyo.
De ellos nació la estirpe humana.
Tú dijiste: “No es bueno que el hombre esté solo;
hagámosle una ayuda semejante a él”.
Al casarme ahora con esta mujer,
no lo hago por impuro deseo,
sino con la mejor intención.
Ten misericordia de nosotros
y haz que lleguemos juntos a la vejez».
Los dos dijeron: «Amén, amén».

La pobre Sara había llorado previamente a la boda porque tenía a su espalda una maldición terrible del demonio Asmodeo, que vimos ayer en la primera lectura: siete maridos contaba ya que no habían llegado a consumar el matrimonio la noche de bodas. No me extraña que tuviera agobio la chica…

Por si fuera poco, Ragüel, perfecta agorera, ¡va a cavar una fosa para la noche de bodas! Sólo falta que aparezca Lina Morgan trayendo las flores y preguntando si ya se ha muerto…

Fruto de la oración que hacen los dos juntos, la gracia de Dios les ampara y les libera de tan mal trance. Gran lección de lo importante es que los esposos tengan costumbre de orar juntos, especialmente si hay nubes en el horizonte o están en el corazón de una tormenta. Como me decía una vez una persona muy querida: «Dios aprieta, pero no suelta».