««Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia». Tobit y Tobías llenos de turbación y temor, se postraron rostro en tierra. El ángel les dijo: «No temáis. Tened paz. Alabad a Dios por siempre. He estado con vosotros no por mi propia iniciativa, sino por voluntad de Dios. Alabadlo siempre y cantadle. Me habéis visto comer, pero era simple apariencia. Ahora pues, alabad al Señor en la tierra, dadle gracias. Yo subo al que me ha enviado. Poned por escrito todo lo que os ha sucedido»».

¡Qué precioso momento! Tienen la suerte de conocer a modo de revelación todas las providencias divinas que han sucedido a lo largo del relato.

De igual modo, todos los días de nuestra vida nos encontramos rodeados de una providencia insondable, que lo abarca todo, lo trasciende todo y lo llena todo. Vivir en la constante confianza de un abandono en las manos de Dios es el camino para poder verlo. Además, nosotros tenemos una ventaja con respecto a Tobit y Tobías: no sólo nos cuida providencialmente a través de los ángeles y sos santos, sino también de modo inefable con la gloria de su presencia en la eucaristía. De este modo, nuestra unión con Dios no necesita intermediarios, puesto que le tenemos a Él mismo. Un absoluto privilegio que ojalá no olvidemos nunca.

«Es bueno guardar el secreto del rey, pero las gloriosas acciones de Dios hay que manifestarlas en público». Esta indicación, por partida doble, del arcángel Medicina de Dios indica lo importante del testimonio cristiano. Ojalá el Señor ponga en nuestro camino grandes testimonios de vida que nos hablen de su gloria. Y ojalá seamos nosotros en primera persona los que hablemos de las grandezas de Dios, siendo testigos de su gloria.