(Como hoy es una entrañable fiesta, al final ofrezco tres regalos a modo de chuches)

La solemnidad del Sanctissimi Corporis et Sanguinis Christi, llamada de modo abreviado Corpus Christi, fue instituida el 8 de septiembre de 1264 por el papa Urbano IV, mediante la bula Transiturus hoc mundo. Se encargó a Santo Tomás de Aquino (dominico) preparar los textos para el Oficio y Misa propia del día, que incluye himnos y secuencias. Los himnos más conocidos son: Adoro te devote, Lauda Sion Salvatorem (secuencia antes del evangelio de la misa), Pange Lingua (con el Tantum ergo al final), Verbum Supernum Prodiens (más conocido por su quinta estrofa O salutaris ostia) y Pannis angelicus. Todos nos suenan porque o bien nos sabemos la letra, o bien hemos escuchado interpretaciones gloriosas de grandes maestros de la música.

En Toledo y en algún otro lugar se celebra el jueves anterior, recordando que en su origen, fue como una prolongación del Jueves Santo, memorial de la institución de la eucaristía. Lástima que en la mayoría de lugares se haya trasladado el domingo. El primer día del tríduo pascual se dedica más a considerar al servicio, manifestado en el lavatorio de los pies, y al sentido salvífico de la entrega por amor que lleva a cabo Jesucristo: en la última cena esa entrega es incruenta porque es sacramental, inaugura el don de la eucaristía y el sacerdocio; el viernes santo, entrega físicamente su vida con su pasión y muerte de cruz. La fiesta del Corpus Christi incide más en el hecho mismo de la presencia de Dios en las especies eucarísticas, saliendo al paso de las herejías que afirmaban que el sacramento es sólo simbólico. Para resaltarlo, se comenzaron a hacer procesiones con el santísimo Sacramento en unas custodias que manifiestan la fe y el amor a Jesús eucaristía. De ellas, la de Arfe (s. XVI), en Toledo, se lleva la palma.

El símbolo del maná (primera lectura) deja paso a la realidad del pan de los ángeles. Debemos comer el Cuerpo y la Sangre de Jesús si queremos vivir de Él, porque «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida». Nuestra comunión con Él no puede ser sólo espiritual: para ser de verdad hijos de Dios, debemos injertarnos en Él, vivir de su misma sabia (en alusión a la imagen de la vid y los sarmientos). En el caso de Cristo, su propuesta no es simbólica, sino una asombrosa realidad: en la eucaristía comemos de verdad su Cuerpo y bebemos de verdad su Sangre. En el rito romano el sacerdote bebe el cáliz en nombre de toda la comunidad: se quiso de este modo cuidar especialmente la especies del vino, tan tendentes a caerse en forma de gotas en el momento de la comunión. En el rito oriental, todos comulgan bajo las dos especies: el pan ácimo, más grueso que el nuestro, es partido en forma de dados que se introduciden en el cáliz, cuyo contenido empapa completamente el pan. La comunión a los fieles la administra el ministro con una cucharilla, de ahí que tengan la costumbre de comulgar agachándose un poco (sobre todo si el sacerdote es bajito), con la cabeza elevada y la boca abierta sin sacar la lengua. Es precioso contemplar cómo la Iglesia ha esmerado el cuidado de las especies eucarísticas, fruto de la fe en esa presencia real. De igual modo quiere cuidar los vasos sagrados para que no sólo manifiesten que se cree en la presencia real, sino que además lo parezca.

San Pablo añade un elemento más, verdaderamente precioso: la eucaristía es el sacramento del Cuerpo de Cristo no sólo referido a las especies eucarísticas, sino el lugar en que se visibiliza el Cuerpo de Cristo: cuando asistimos a misa, «hacemos visible» nuestra unión con el Señor, «dejamos ver» el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. En la celebración de la eucaristía «somos Iglesia», Cabeza (Cristo) y cuerpo (todos los bautizados). De ahí que la Iglesia ponga especial esmero en que este elemento lo vivamos tanto en alma como en cuerpo: en la asamblea litúrgica no somos una suma de individuos, sino el pueblo de Dios que alaba a su Señor como una sola alma y un solo cuerpo. En la cultura del individualismo, este aspecto de la eucaristía me parece increíblemente precioso y revelador: en la asamblea litúrgica, el «yo» es introducido en el «nosotros» de la comunión trinitaria del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, origen del «nosotros» de la comunión con los hermanos en la fe que es la Iglesia. ¡Cómo no iba a ser hoy el Día nacional de caridad! La expresión máxima de donación por parte de Dios es la eucaristía: es la fuente de la ingente obra caritativa de la Iglesia: el Corazón que late en el sagrario, enciende el deseo de entregar nuestra vida a Dios y a los demás.

En este día del Corpus Christi quiero terminar ofreciendo tres regalos:

  1. El primer regalo, una guía visual sobre la uniformidad de las posturas durante la celebración de la eucaristía. Hemos hecho en mi parroquia una guía que, al menos aquí, ha gustado y servido muchísimo. Te la comparto porque creo que puede ayudarte (y a otras personas a las que se lo puedas reenviar): PULSA AQUÍ.
  2. El segundo regalo es una guía para el momento más íntimo que tenemos con el Señor: el de la comunión. Debemos cuidar alma y cuerpo para ese corazón de la eucaristía en el que comulgamos a la Santísima Trinidad en un auténtico abrazo divino. Debemos cuidar bien el rito: PULSA AQUÍ.
  3. El tercer regalo es la secuencia que se lee antes del evangelio de este día, compuesta por Santo Tomás de Aquino, y que se ha recuperado en los nuevos leccionarios, Lauda Sion Salvatorem. Conviértela en un largo rato de oración:

—Alaba, alma mía, a tu Salvador;
alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.
—Pregona su gloria cuanto puedas,
porque él está sobre toda alabanza,
y jamás podrás alabarle lo bastante.
—El tema especial de nuestros loores
es hoy el pan vivo y que da vida.
—El cual se dio en la mesa de la sagrada cena
al grupo de los doce apóstoles sin género de duda.
—Sea, pues, llena, sea sonora, sea alegre,
sea pura la alabanza de nuestra alma.
—Pues celebramos el solemne día
en que fue instituido este divino banquete.
—En esta mesa del nuevo rey,
la pascua nueva de la nueva ley pone fin a la pascua antigua.
—Lo viejo cede ante lo nuevo, la sombra ante la realidad,
y la luz ahuyenta la noche.
—Lo que Jesucristo hizo en la cena,
mandó que se haga en memoria suya.
—Instruidos con sus santos mandatos,
consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.
—Es dogma que se da a los cristianos,
que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre
—Lo que no comprendes y no ves, una fe viva lo atestigua
fuera de todo el orden de la naturaleza.
—Bajo diversas especies, que son accidentes y no sustancia,
están ocultos los dones más preciados
—Su Carne es alimento y su Sangre bebida:
mas Cristo está todo entero bajo cada especie.
—Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta ni lo desmembra;
recíbese todo entero.
—Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquel lo toma tanto como estos,
pues no se consume al ser tomado.
—Recíbenlo buenos y malos;
mas con suerte desigual de vida o de muerte.
—Es muerte para los malos, y vida para los buenos;
mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos
—Cuando se divida el Sacramento, no vaciles,
sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte como antes en el todo.
—No se parte la sustancia, se rompe solo la señal;
ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.
—He aquí el pan de los ángeles, hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros.
—Figuras lo representaron: Isaac fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado;
el maná nutrió a nuestros padres.
—Buen Pastor, Pan verdadero, ¡oh, Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protegenos; haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes.
—Tú, que todo lo sabes y puedes, que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales, coherederos y compañeros de los santos ciudadanos.