MIÉRCOLES 14 DE JUNIO 2023 (10ª SEMANA TO, CICLO A):
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-19):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.»
EL ESPÍRITU DE LA LEY
«Dichosos los que caminan en la ley del Señor». “Una cierta cultura -explicaba San Juan Pablo II- ha sostenido o temido que observar la ley del Señor y guardarla con todo el corazón puede ser mortificante o alienante para el hombre. Es totalmente falso. La ley de Dios es condición de vida, mientras que la muerte está al acecho trágicamente cada vez que el hombre la rechaza. Esta es la experiencia de todo ser humano desde los comienzos de la historia”.
Pero, se preguntaba San Juan Pablo II, “¿acaso no lo sentimos también cada uno de nosotros, cuando miramos sinceramente el interior de nuestro corazón?”. La palabra de Dios nos pone ante el tremendo desafío de la libertad: «Si tú quieres, guardarás los mandamientos”.
Decía también San Juan Pablo II que en el Sermón de la montaña Jesús nos propone algo muy exigente, que está muy lejos del minimalismo ético construido a la medida de nuestra mediocridad. Jesús no duda en pedir a sus discípulos una justicia mayor que la realizada hasta el momento: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos».
No hay que pensar que se está aludiendo aquí a una nueva ley moral; como Jesús mismo aclara: no ha venido «a abolir, sino a dar cumplimiento». Se trata, más bien, de una nueva manera de entender los mandamientos, en la medida plena de sus implicaciones.
«Hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para nuestra gloria» (1 Cor. 2,7). En él asumen significado nuevo los diversos mandamientos de la ley:
- No matar significará mucho más que el simple respeto a la vida, pues exige todas las delicadezas del amor fraterno, convirtiéndose en ley de acogida, de solicitud fraterna y de perdón siempre renovado.
- No cometer adulterio irá mucho más allá de una simple reglamentación exterior de las relaciones matrimoniales, y exigirá una actitud de respeto vigilante.
- Y por último, no dar falso testimonio no es sólo ser veraces, sino también sencillos, coherentes, transparentes: «Sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no: que lo que pasa de aquí viene del maligno».
Entonces, ¿dónde esta la diferencia entre la ley y el espíritu de la ley?
- De joven oí a un sacerdote que, burlándose un poco de los que lo escuchábamos, llamó nuestra atención ante lo que podría parecer una gran herejía: “Moisés debió perder una primera tabla de los mandamientos al bajar del monté Sinaí, pero luego Jesús nos la ha recuperado.
- Se trata del “mandamiento cero” que reza así: “antes de nada: déjate amar por Dios”. Su amor muestra que ninguno de los mandamientos se agota en un “no hacer algo”, sino que nos abre a la imparable creatividad del amor.
Estando en el seminario, un grupo de seminaristas fuimos a Granada, en las Fiestas de la Cruces de mayo, unos días invitados por los seminaristas de Almería. Por la noche fuimos al Albaicín, donde descubrimos la cara dramática del alcoholismo juvenil: Recogimos a más de treinta jóvenes tirados en el suelo para llevarlos al hospital, algunos con cuadros médicos muy graves. ¿Éramos los únicos que los veíamos? ¿qué obligación teníamos? ¿Acaso pasar de largo antes los que yacen, por lo que sea, en la cuneta de la vida no es atentar contra el quinto mandamiento?
Dice el cardenal Carlos Osoro que la conversión del cristiano es como una operación quirúrgica múltiple: trasplante de ojos, buscando ver con la mirada de Cristo, trasplante de mente, para llegar a tener la mente de Cristo; trasplante de corazón, para mendigar el corazón de Cristo. No hace falta ningún bisturí. Si vale la oración: “Señor, que vea lo que tú ves, que piense como tú piensas, que ame como tú amas”.
Precioso comentario. Gracias.
Querido hermano:
En la fe el núcleo fundamental, lo que resplandece: «Es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo, muerto y resucitado».
Santo Tomás de Aquino decía que: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor».
Si en la fe perdemos de vista el gozoso encuentro con Jesús, la relación con Él a través de la Palabra y los sacramentos y de «una fe que se hace activa por la caridad», entonces:
«No será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener “olor a Evangelio”». Cuidado.
Reza con la Virgen María. Cada día Reza el Santo Rosario. Pide por la Paz en el mundo. Tu hermano en la fe: José Manuel.
Dice San Jerónimo, presbitero
«No he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5,17)
Cuando leo el evangelio y encuentro testimonios de la Ley y de los profetas, no considero en ello otra cosa que a Cristo. Cuando contemplo a Moisés, cuando leo a los profetas es para comprender lo que dicen de Cristo. El día que habré llegado a entrar en el resplandor de la luz de Cristo y brille en mis ojos como la luz del sol, ya no seré capaz de mirar la luz de una lámpara. Si alguien enciende una lámpara en pleno día, la luz de la lámpara se desvanece. Del mismo modo, cuando uno goza de la presencia de Cristo, la Ley y los profetas desaparecen. No quito nada a la gloria de la Ley y de los profetas; al contrario, los enaltezco como mensajeros de Cristo. Porque cuando leo la Ley y los profetas, mi meta no es la Ley y los profetas sino, por la Ley y los profetas quiero llegar a Cristo.