“Hermanos: Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos; bueno, ya sé que me los toleráis”. No es motivo de orgullo, pues como él mismo dice: “En el hablar soy inculto, de acuerdo”. San Pablo estaba iluminado por el Espíritu Santo y nosotros, entre nuestras miserias, sólo llegamos a atisbar un poquito la misericordia que Dios tiene con nosotros.

En esta época se hace balance del curso, se revisan las actividades, etc … ¿Para qué ir a Misa este tiempo si estamos en vacaciones?”. Así que a uno le entra la “depre” y le dan ganas de decir con San Pablo: “Pero me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad a Cristo. Se presenta cualquiera predicando un Jesús diferente del que yo predico, os propone un espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del que aceptasteis, y 1o toleráis tan tranquilos”. 

“Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo…”. Dios es nuestro Padre y tiene una paciencia infinita. Es Él el que nos dice a cada uno de nosotros las palabras que San Pablo dirige a los Corintios. En las familias tendremos que tener la paciencia de Dios, sin pedir resultados, aunque sin callar ni dejar de trabajar nunca en esta viña del Señor.

La predicación más fuerte de Cristo es desde lo alto de la cruz, cuando casi todos le abandonan, cuando se burlan de Él, cuando parece que es un fracaso. Los éxitos, aplausos y alabanzas quedaron muy atrás, aunque luego el Espíritu Santo hará que den fruto.

El fin de curso es cansado, no podríamos llegar “tan frescos” si hemos estado trabajando nueve meses intensamente. Ser padres es cansado cuando no ves los frutos de la mejor herencia que puedes darles: la fe. El Espíritu Santo no se cansa, sacará fruto de esa tierra que nos parece baldía y yerta.

Santa María es la madre fecunda. Nunca se cansa de enseñarnos a Cristo, aunque nos empeñemos en mirar hacia otro lado. A ella le encomendamos nuestras nuestras familias, nuestros trabajos …