Es significativo que celebremos en un solo día la fiesta de estos dos santos tan importantes. Aunque en otras jornadas celebremos la conversión de San Pablo o la Cátedra de san Pedro, no por ello deja de ser llamativo este hecho. En el prefacio de hoy leemos: “por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”. Pedo y Pablo siguieron caminos distintos. Uno acompañó a Jesús durante su vida pública, mientras que al otro se le apareció el Señor resucitado. Pedro fue nombrado jefe de la Iglesia y Pablo apóstol de los gentiles. En algún momento parece que hay tensiones entre ambos respecto de las tradiciones heredadas de los judíos, pero los dos son columna importantes de la Iglesia. Y no recordamos la singularidad de cada uno de ellos sino la misericordia que Dios tuvo con ellos y su servicio en la edificación de la Iglesia, que ambos coronaron con la efusión de su sangre. Por ello, en la oración de poscomunión se pide: “perseverando en la fracción del pan y en la doctrina de los apóstoles, tengamos un solo corazón y una sola alma, arraigados firmemente en tu amor”. Porque, en sus diferencias, que no eran tantas ni tan graves, ambos apóstoles caminaron unidos por un mismo amor y una misma fe. Por ello también en la oración colecta de hoy, invocando la protección de ambos apóstoles, pedimos a Dios que la “Iglesia se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de aquellos que fueron fundamento de nuestra fe cristiana”.
Las lecturas de hoy nos recuerdan también que la predicación de Pedro y Pablo no fue fácil. Ambos conocieron la persecución, la incomodidad de la cárcel y, finalmente, ambos compartieron el martirio. Pero en la vida de ambos se manifiesta cómo lo que actúa es el poder de la gracia de Cristo. Así lo confiesa Pablo, sabedor de que su muerte es inminente.
También apaerece en la primera lectura que, con todo su dramatismo, tiene un aire más divertido. San Pedro está en la cárcel y parece que no va a poder cumplir con su misión de cabeza de los Apóstoles y guía de la Iglesia. Sin embargo un ángel lo libera de la cárcel. Él cree que está soñando hasta que recapacita y dice: “Pues era verdad; el Señor ha enviado a su ángel para librarme…”. Esa sorpresa que corresponde al perfil de Pedro nos indica su toma de conciencia de que la Iglesia es de Cristo, no de Pedro, y que es el Señor quien la guía. Cuando parece que todo está perdido, y tantas veces nos lo parece a lo largo de la historia, el Señor nos muestra un camino imprevisto. Porque Dios no deja a la Iglesia en manos de los hombres sino que elige a hombres para que le ayuden en el servicio.
Respecto del Evangelio, que trata de la confesión de fe de san Pedro y de la misión que Jesús le encomienda, pueden iluminarnos estas palabras de Benedicto XVI: “Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien parezca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo”.
En este día pedimos de una manera especial por el Papa Francisco, que ha recibido el encargo de custodiar el depósito de la fe y de anunciarlo a los hombres y mujeres de nuestra generación. Que el Espíritu Santo no deje de conducirlo para que sus enseñanzas nos ayuden a todos a seguir con mayor entusiasmo y entrega el evangelio de Cristo.
Querido hermano:
La fe no proviene de un adoctrinamiento exterior, no es un producto de la publicidad, no es fruto de una argumentación teológico-fundamental; no. Nace de una experiencia de Dios, de su espíritu; solo a partir de esta experiencia de Dios, cobra sentido el mensaje de la Escritura.
Termina recordándonos el Evangelio que la fuente de ese conocimiento y experiencia es Dios: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo».
Es decir, existe otro conocimiento que no lo podemos alcanzar con nuestras fuerzas, solo podemos acceder a él desde el trato íntimo con Dios; es el conocimiento de la revelación de Dios. Por eso la fe es un don que tenemos que alimentar y cuidar.
Hay cosas que reconoceremos de Dios solo si Él nos la revela, en confidencia, en amistad, y no dudes que va a hacerlo. Solo reserva momentos para estar con Dios, para hablarle y para escucharle.
Reza cada día el Santo Rosario. Tu hermano en la fe: José Manuel.