“Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”. La solemnidad de la Asunción es una invitación a elevar la mirada al cielo y contemplar “una gran señal” que nos ofrece Dios para que contemplemos el triunfo definitivo de Cristo. En la Virgen María, elevada en cuerpo y alma a los cielos, “porque el Poderoso ha hecho obras grandes” en ella, podemos contemplar la glorificación del cuerpo, un adelanto de la resurrección de la carne. Por ello es una señal que engendra esperanza. Podemos tener esa mirada para podernos situar en esta vida. “Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (Benedicto XVI, Spes salvi, 2). Mirar hacia una esperanza de algo que nos promete Dios y que por eso mismo es lo más importante de lo que está en nuestro horizonte. Vivir la vida con esa tensión escatológica y no dejar de mirar al cielo desde donde se nos ofrece una señal grande y segura.
Se nos da una esperanza fiable, con la que podemos afrontar nuestro presente, aunque sea difícil. En la vida de los primeros cristianos fue determinante haber recibido como don una esperanza fiable que les permite saber que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío (cf. Benedicto XVI, Spes salvi, 1-2). Una esperanza que me hace vivir con serenidad y alegría, sabiendo que mi vida “acaba bien”, sin tener miedo a las tempestades de la vida con las que hay que convivir ¡Se nos ha dado una señal cierta en el Cielo! ¡Una Mujer! ¡María coronada por doce estrellas! Los momentos difíciles pasarán. Se nos otorga una nueva esperanza, que actúa en nuestra vida diaria y, al mismo tiempo, se proyecta más allá de la muerte: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor» (Rm 14,7-8).
Nuestra concepción del tiempo debe estar impregnada de esa esperanza, no hay una fuerza, un destino ciego. Hoy se nos da de nuevo una gran señal en el cielo que nos ayuda a mirar a nuestro hogar definitivo, María, nuestra Madre. “Hoy sabréis que vendrá el Señor y nos salvará y mañana contemplaréis su gloria” (Ex 16, 6-7). ¡Mis ojos verán su gloria! ¿A qué tememos? ¡Hoy sabréis vendrá! ¡Y mañana contemplaremos su gloria! En una homilía que no llegó a pronunciar, pero sí fue publicada, Benedicto XVI en Cuatro Vientos dentro de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid el año 2011 nos animaba a no tener miedo. “No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su nombre en toda la tierra”.
María es el Arca de la Nueva Alianza, signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, signo de la victoria definitiva del Dios con nosotros. María es dichosa porque cumpliendo la Palabra de Dios, siendo la esclava del Señor, en Ella se ha cumplido esta Palabra: la promesa de la gloria. Y ha sido coronada como Reina de cielos y tierra y pasa de esclava a Reina y así nos muestra el camino y la meta.
Santa María, esperanza nuestra, ruega por nosotros.
“ Es la prueba de que el destino del hombre no es la muerte, sino la vida”
Es la victoria de la Virgen María, pues es la primera discípula de Jesús y participa ya de la victoria de su hijo, elevada a la gloria definitiva en cuerpo y alma.
Pero es también nuestra victoria: el triunfo de Cristo y su madre se proyectan en toda la humanidad.
La fiesta de hoy es un sí a la esperanza, es un grito de fe en que es posible la salvación y la felicidad, que va en serio la salvación de Dios. Es una respuesta a los pesimista que todo lo ven negro, es una respuesta a los materialistas que no ven más que las realidades económicas o sensuales.
Es la prueba de que el destino del hombre no es la muerte, sino la vida, y además, que es toda la persona humana (cuerpo y alma) la que está destinada a la vida total.
Reza el Santo Rosario. Junto a la Virgen María, pide por todos los que no conocen a Dios.
Tu hermano en la fe: José Manuel.
Lo que ha hecho en ella, en María, quiere hacerlo también en ti.
En María ya ha sucedido. En nosotros, no sabemos cómo y cuándo sucederá pero tenemos plena confianza en Dios. Lo que ha hecho en ella, en María, quiere hacerlo también en ti, en todos. La historia tiene un final feliz.
Cada vez que participamos en la Eucaristía recibimos como alimento el cuerpo de Cristo, pan de vida. Y Él nos asegura: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.”
La Eucaristía es como la semilla y la garantía de la vida inmortal para los que seguimos a Jesús.
Rezamos el Santo Rosario con Jesucristo y con nuestra madre María.
Pedimos Por Las personas tristes y abatidas. Por los que no tienen trabajo. Por la Paz en el mundo. Tu hermano en la fe José Manuel.
«Pedimos por las personas tristes y abatidas. Por los que no tienen trabajo. Por la Paz en el mundo»
Pedimos por los que no práctican o no conocieron la FE en Jesucristo y su madre María Santísima.
La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios… –Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Ángeles: ¿Quién es esta?
(Santa Rosario, 4º Misterio Glorioso).
«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque el Señor ha hecho obras grandes en mí» (Lc 1, 48-49).
Cada día, reza el Santo Rosario, con la Virgen María.
María Santa Madre, mujer de Oración, amor, bondad, con su dedicación de madre, vivió la Dolorosa Pasión y muerte en la Cruz de su querido hijo Jesuctisto, llena eres de Gracia Gloriosa en en la resurrecion de Jesucristo, Intercesora de la humanidad en nuestras súplicas y Oracion ante el Reino de Dios Padre Espíritu Santo, ven a nuestros corazones, acompáñanos en los momentos difíciles con Tu Sana Bendicion