Aprovechando que hoy el evangelio trata de los derechos laborales, hacemos un comentario menos espiritual en forma, aunque no en fondo.

La doctrina social de la Iglesia constituye un auténtico tesoro no del todo bien conocido, ni justamente valorado. Es frecuente encontrar casos en que se achaca a la Iglesia meterse «donde no le llaman» cuando hace declaraciones acerca de sucesos públicos, modos de gobernar, aprobación de leyes, estructuras y movimientos sociales, fenómenos sociológicos y otras muchísimas circunstancias que afectan a la vida cívica.

El evangelio genera cultura, está llamado a inculturarse y a plasmarse en los modos de vivir la vida pública, con la debida comprensión de la libertad personal y de conciencia, que hace que no exista un modo único, «cristiano», de vivir tantas realidades distintas en culturas diversas. La tarea evangelizadora ha sabido asumir todos los elementos positivos de cuantas culturas ha ido fecundando, enriqueciendo espectacularmente al pueblo de Dios con el correr de los siglos.

Si la Iglesia no tiene que decir nada en la esfera pública es porque no forma parte de la vida cívica. Y eso no es verdad: allí donde hay cristianos, está la Iglesia siempre de algún modo representada, aunque sea minoritaria, pobremente o de modo más o menos incoherente. La Iglesia siempre está donde está un cristiano. Y, de este modo, se hacer presente el evangelio en este mundo.

Los derechos ciudadanos que nos otorga la democracia se deben vivir en conciencia con las creencias y valores más íntimos de las personas, respetando el justo marco legal que forman los estados y autoridades constituidas, cumpliendo los derechos y deberes ciudadanos, tanto por parte de los mandatarios como de los mandados. Y por esa misma razón, la Iglesia, Madre de millones de hijos presentes en todas las culturas del mundo, tiene mucho que decir sobre el desarrollo de la vida pública. Sin meterse nunca en política, ni optar por opciones concretas, vela por que la vida cívica se oriente al desarrollo del bien común, el espíritu de fraternidad, la justicia verdadera, una paz efectiva (no ideal), y otros muchísimos elementos que conforman una sociedad.

La voz oficial de la Iglesia son los pastores, comenzando con el Papa. De ellos esperamos juicios morales fundamentados en la doctrina social, que a su vez tiene su fundamento en todo aquello que ilumina el Evangelio respecto al desarrollo de la vida social de los pueblos. Sus palabras son muchas veces auténtico alcohol sobre heridas abiertas, que escuecen porque dicen verdades como templos. A la Iglesia «sí que la llaman» a meterse donde es necesario iluminar la oscuridad con la luz, por mucho que a la oscuridad le fastidie de veras.

Gracias a Dios, muchas otras voces que no son ministros de Dios o consagrados, sino laicos, se alzan en defensa de lo que es justo, honorable, defendible y beneficiosa para la sociedad. Existen cada vez más plataformas que defienden derechos que están en peligro. Todos, pastores y laicos, tenemos vocación pública con la tarea de hacer presente con nuestras vidas y trabajos el Evangelio de Cristo allá donde estemos.

Un regalo final: Aquí tienes el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia para que puedas leer algo interesantísimo este verano.