Bartolomé o Natanael fue uno de los doce apóstoles, cuyos trabajos misioneros lo sitúan en Armenia e incluso en la India. Junto con Judas Tadeo, se le considera como fundamento del rito armenio, propio de aquella región. Recordamos que en el origen de las diversas tradiciones litúrgicas, encontramos la figura de alguno de los apóstoles. En el rito romano está san Pedro. De este modo, se plasma la íntima conexión entre la tradición y la divina liturgia, que se desarrolla a lo largo de los siglos con una impronta apostólica que le otorga su identidad más profunda.

Dice la tradición que el martirio de nuestro protagonista se ejecutó desollándole. Con tal atributo propio, no le quedaba otra que ser patrono de los curtidores, claro. De toda la imaginería de nuestro buen apóstol, destaca la realizada en piedra por Marco d`Agrate allá por el siglo XVI en la catedral de Milán: impacta darte de bruces con esa escultura, estremecedora, incluso tenebrosa, porque aparece el personaje completamente desollado y con la piel a modo de manto; el rostro queda a la espalda… No pasa desapercibida por su realismo anatómico, desde luego. Continuando con el arte, dicen que fue el apóstol elegido por Miguel Ángel para inmortalizar su más universal autorretrato en la capilla sixtina.

Terminamos con una alusión al evangelio de hoy, donde encontramos el nombre griego de Natanael, usado sólo por san Juan Evangelista (los sinópticos utilizan el nombre hebreo de Bar-tolomé, hijo de Ptolomeo). Nos fijamos en un detalle del inesperado encuentro entre el Rabbí y el que se convertiría en uno de los apóstoles: «¿De qué que conoces?», interpela el discípulo al Maestro. En este primer encuentro, todavía no sabe quién es Cristo; la irrupción de Jesús en su vida le inquieta porque parece conocer demasiado de él, mientras él no sabe nada de Jesús. La reacción podría ser la de cualquiera de nosotros ante alguien que entra por la puerta grande subrayando que nos conoce, que sabe cosas de nosotros. Es incómodo porque nos sitúa en un plano de inferioridad, nos saca del control de la situación. La información es poder, desde el punto de vista mundano. Natanael está descolocado y esa pregunta pretende recobrar el control de una situación que se le va de las manos.

La respuesta de Cristo ilumina el rostro del discípulo, pero nos deja fuera de juego, con lo cotillas que somos: Jesús y él saben perfectamente de lo que hablan… pero nosotros nos quedamos a dos velas. Esto nos ayuda a una última consideración: la vocación divina queda entre Jesús y tú. Cuando uno decide tomarse en serio la vocación cristiana para abandonar el superficial postureo del barniz de «creyente y practicante», los demás, por norma general, no llegan a pillar nada del diálogo porque quedan fuera… mientras que Jesús está dentro.

Jesús ha entrado en Natanael, y éste reconoce al Señor en el salmo 138: «Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda.»