Durante la octava de pascua se leen los diversos testimonios evangélicos de la resurrección..

A partir de la segunda semana, se eligen otros textos evangélicos que nos ayudan a comprender el misterio de Cristo, que se ha encarnado para rescatarnos mediante su sacrificio redentor y nos glorifica mediante su resurrección. Dicho rescate y glorificación es lo que acontece en el bautismo, el sacramento por antonomasia del que habla la Pascua.

Así lo atestigua el diálogo con Nicodemo que leemos estos días. Aparece de modo directo hoy la referencia a un nuevo nacimiento, que extraña al noble fariseo. El diálogo comenzó en el evangelio de ayer y ser prolongará hasta el miércoles.

«Nacer de nuevo» o «nacer de lo alto» es una expresión que sobreentiende nuestro primer nacimiento: la vida biológica que todos tenemos. Pero al tener una naturaleza mortal y pecadora, esta vida acaba inexorablemente en la muerte. El «nacer terrenal» termina pronto o tarde en-terrado.

La contundencia de la propuesta de Cristo a Nicodemos es una vida eterna, en contraste absoluto con la vida en-terrada. Y para garantizar que esta vida sea eterna, ha de ser sobrenatural: el nuevo nacimiento que trae Cristo para los que creen en Él se va a producir de semejante modo a su Encarnación: por obra y gracia del Espíritu Santo: «nacer en el Espíritu».

Cristo se hizo carne por obra y gracia del Espíritu Santo. Él venía de lo alto, de la eternidad de Dios, y crucificado en la cruz («elevado en lo alto»), rescató a los esclavos por el pecado mediante la gracia sanadora. Pero no sólo «sana» nuestro pecado, sino que nos da su misma vida divina. Es decir, que el nuevo nacimiento implica dos operaciones divinas en nosotros: nos sana del pecado y nos eleva a la vida divina.

¡Demos gracias a Dios por el sacramento del bautismo y seamos siempre fieles a tan gran don!