Hoy toca clase trinitaria. No es para menos el evangelio de San Juan.

El Verbo encarnado es enviado por el Padre al mundo con la misión de dar al mundo la vida divina mediante el don de la gracia del Espíritu Santo. El misterio de la vida de Cristo hay que entenderla siempre no sólo como una plenitud de vida para él mismo, sino que tiene la misión de dar su vida a los demás para formar el pueblo de la nueva alianza, no formado por una raza, o una tierra, o unas ideas comunes, sino unido por el nuevo nacimiento —como vimos los dos últimos días— que implica el don de la gracia. Sólo así comprendemos mejor que el cristianismo no puede entenderse sólo como una cultura, una moral, ni siquiera como una religión de libro. Es muchísimo más lo que propone, y mucho más humano en su manifestación y su modo de llevarlo a cabo: en el Hijo de Dios hecho hombre, el Padre ha ofrecido a toda persona una plenitud de todo lo humano.

Tratándose de una revelación plena de Dios, todo lo que acontece y se da, se da según la medida divina, que es perfecta. Dios no puede dar sólo un poco de sí mismo. Esta idea la encontramos en dos afirmaciones contundentes de Jesús:

1.El Padre ha dado todo al Hijo: «El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano». Ese «todo» se refiere en primer lugar a una donación del Padre, que se entrega totalmente al Hijo. Y de esa relación de donación eterna aparece la persona del Espíritu Santo. Jesucristo es el hombre perfecto que posee la plenitud del Espíritu Santo en el don del Padre. Pero al tratarse de Jesús, el hombre perfecto en cuanto criatura, también alude a la totalidad de una Creación. Jesucristo es el hombre nuevo, el primer Adán de la nueva creación que él se dispone a inaugurar con su pasión y muerte.

2. El hecho de que Jesús posea «todo» el Espíritu Santo que le da el Padre, hace que lo pueda dar «sin medida». El Espíritu es quien da vida: es quien da el primer aliento en la creación, es quien quien perdona los pecados, es quien nos otorga el don de la fe. Cristo nos da su vida mediante el don del Espíritu Santo que nos vivifica.