Bonifacio de Maguncia (672-755) es de esos santos que dejan mucha huella en la historia. No sólo porque fue un auténtico apóstol que evangelizó la actual Alemania —gran parte de la cual no había recibido todavía el evangelio— promoviendo misiones, creando diócesis, fomentando la formación de los sacerdotes y una vida cristiana intensa de fieles y consagrados, así como la estructuración y funcionamiento correcta de los poderes civiles, tan complejos en aquella cambiante época. Su legado más universal es ni más ni menos que el sentido cristiano del árbol de Navidad, una símbolo ya presente en el paganismo que el bueno de Bonifacio bautizó. Acabó el pobre asesinado cuando se encontraba en tierra de misión: la víspera de Pentecostés, cuando preparaba el bautismo de un gran número de catecúmenos, un puñado de paganos acabaron con su vida y con la de sus acompañantes.

El que se libra hoy por los pelos del martirio es Jesús: la buena opinión de los judíos —el pueblo— le salva de las garras de sumosacerdotes, escribas y ancianos. Pero, casualidades del destino, se pasarán de bando y terminarán uniendo a ellos sus voces para gritar, apenas un par de capítulos más adelante, «¡Crucifícale!». Se ve que la plebe es mucho más manipulable de lo que parece. Me temo que en ese aspecto, la humanidad no ha avanzado nada…

Quien también se libra de milagro es Tobit de las garras del rey Senaquerib. Se omite esa parte del relato en la primera lectura de hoy (por acortarla), pero al menos lo comento para que pueda entenderse la expresión «este no escarmienta» del final de la lectura. Tobit realizó una obra de misericordia dando sepultura a unos personajes a los que el malvado rey Senaquerib ordenó matar. Un chivato ninivita se lo cascó todo a su majestad, que decretó el fin de Tobit y la confiscación de sus bienes. Salió huyendo con su único tesoro que le dejaron: su mujer Ana. Apenas cuarenta días después, Senaquerib fue asesinado por dos de sus hijos. Típico. El caso es que Tobit pudo regresar a Nínive y rehacer su buena vida, que tiene un punto de paralelismo con el bueno de Job (no se dice /Yob/, como dicen algunos al hacer la lectura, sino /Job/): un hombre honrado, misericordioso, temeroso de Dios. Un buenazo, vaya, de los que aprendes a ser mejor si te pegas a él.