El profesor de griego que tuvimos en la carrera de teología —un auténtico portento de conocimiento de no sé cuántas lenguas muertas— nos enseñó la declinación de los verbos acudiendo a la conjugación regular de «lyo», que significa «desatar». Este verbo es protagonista del núcleo del mensaje fuerte que hoy Cristo nos revela en en evangelio: el poder de las llaves entregado a uno de sus apóstoles, al que constituye en ese momento como principio de unión de toda la Iglesia. Hoy Cristo constituye a Pedro como el primer papa de la historia.

Quien abre o cierra cuenta con el instrumento para hacerlo: las llaves que hoy recibe el pescador son las del Cielo, de las manos de su mismo Propietario. Atar y desatar tienen un significado menos fuerte, pero coge peso específico cuando la imagen se comprende relacionada con la autoridad que concede o quita en la tierra aquello mismo que concede o quita en el mismísimo cielo. Se trata por lo tanto de un poder divino que se hace presente a través de un cauce humano. Esto convierte al papa en la persona que cuenta con la misma autoridad de Cristo de un modo directo, convirtiéndole en el Vicario de Cristo, con su misma autoridad. Así lo ha creído la iglesia: el papado es de institución divina, un signo universal de la presencia de Cristo en medio del mundo, representado por quien hace las veces de su vicario en la tierra.

En el evangelio de hoy, junto con la profecía de Isaías que aparece en la primera lectura, contemplamos el fundamento sobrenatural y teológico para comprender adecuadamente el poder del papa. A lo largo de la historia, esta realidad ha sido vivida de modos diversos. Desde los comienzos, la presencia del papa y el reconocimiento de su voz es un aliento constante en tiempos de persecución. Con la conversión del Imperio al cristianismo allá por el siglo IV, la imagen de Cristo como el nuevo «Imperator mundi» hacía del papa la presencia del poder de Cristo. Con el correr de los siglos, dicho poder sobre la cristiandad, unido a la evolución sociopolítica, absolutizó elementos necesarios en la autoridad humana, pero no del todo clara referida a una autoridad sobrenatural que tiene miras divinas. Desde el siglo VIII, con la creación de los Estados Pontificios, la tarea papal asumía la responsabilidad de un gobierno terrenal que no fue siempre fácil de compaginar con la santidad de vida. La tiara pontificia expresaba una superposición de funciones representadas en las tres coronas, de abajo arriba: el poder de rey terrenal; el poder como juez universal; y el poder pastoral o espiritual.

La Iglesia, rica en sabiduría por su historia de santidad, ha ido purificando elementos que no se adecuaban a la función papal porque generaba estridencias con su función espiritual. Con la creación del Estado Vaticano actual -necesario para mantener una función de representatividad diplomática ante el resto de los estados- y al abandono de la silla gestatoria (sustituida por el papamóvil) y la tiara pontificia (sustituida por una mitra), la figura del papa como «siervo de los siervos de Dios» configura mejor su tarea pastoral de hacer presente la autoridad salvadora de Cristo y la eterna novedad de santidad que genera la predicación incansable del evangelio. En síntesis: el papa hace presente a Cristo mismo, nos indica la presencia del Reino de Dios en medio del mundo, garantiza la fidelidad de la Iglesia a todo aquello que el Señor ha puesto en sus manos, unifica con su autoridad a todos los pastores del gran rebaño de Cristo, conduce con el cayado de pastor a la humanidad hacia lugares de reconciliación y paz.

No siempre que el papa habla está hablando Cristo (esto es, «ex cathedra»). Si habla de fútbol, eso lo hace humano. Gracias a Dios, los papas que estamos teniendo nos han ayudado muchísimo a contemplar la vertiente humana -su personalidad, sus modos de ser, sus opiniones, su naturalidad- con el porte divino de que están revestidos por ser Pedro y que ejercen de modo único en el mundo cuando ponen voz a la misma autoridad de Cristo.

El papado existirá hasta el fin de este mundo, porque Cristo quiere hacerse presente en este mundo para salvarlo y llevarlo al Reino de los Cielos.

¡¡Recemos muchísimo hoy por el papa Francisco y agradezcamos al Señor que Cristo esté siempre presente con nosotros a través de su Vicario en la tierra!!