San Pablo a Timoteo 1,1-3. 6-12; Sal 122, 1-2a. 2bcd ; San Marcos 12, 18-27

“Tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día”. Hay una expresión que hoy día se utiliza muy poco: “comunión de los santos”. Con estas palabras la Iglesia ha querido enseñar la eficacia de la oración. No se trata vivir grandes experiencias místicas, ni cosas fuera de lo normal, sino que es la “comunicación” que, de la manera más sencilla, se produce entre aquellos que compartimos una misma fe.

Cuando san Pablo dirige una carta a Timoteo, le está recordando que no se encuentra solo. Gracias al poder de la oración somos capaces de crear la gran “Red” entre los hijos de Dios. Y me río de la tan manida “globalización”, o los que se quedan pasmados ante el “milagro” de Internet. Lo que tenemos entre manos es mucho más radical, ya que es el mismo Dios quién se ha comprometido a entrar en semejante dinámica comunicativa. ¿Cuál es nuestra fuerza?… nos lo recuerda también san Pablo: “Porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.

Desde hace algunos años nos venimos asombrando de la renovación constante de las tecnologías en el mundo de la comunicación. El mundo se nos ha quedado “pequeñito” porque podemos comunicarnos con cualquiera y en cualquier parte. Con un diminuto teléfono podemos mantener una conversación sea la distancia que sea. Satélites, antenas, cable, ondas… todo está dispuesto para que el hombre no se sienta solo. Pero, curiosamente, el resultado suele ser el contrario. Cuanto más avance hay en la técnica, encontramos más soledad en los corazones. ¿Cuál es el problema? que el hombre parece estar al servicio de esas nuevas tecnologías, y no al revés.

“Pero no me siento derrotado, pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio”. Fiarse de Dios es poner todas las demás cosas como medios, no como fin. El brillo que puede producirnos una gran avance tecnológico quedará oscurecido por un nuevo descubrimiento, y así consecutivamente. Lo que viene de Dios, en cambio, nunca se agota, y la oración es la que nos hace permanecer siempre en comunicación con Él y con todos los hombres… nunca envejecerá semejante instrumento divino.

“Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios”. Así es el hombre: siempre intentando superar el orden creado, porque la tentación del “seréis como dioses” le acompañará hasta el fin de los tiempos. Por muchos “Einsteins” que se pusieran de acuerdo, ninguno de ellos podría siquiera inventar una gota de rocío. Nos dejamos deslumbrar por tantos fuegos de artificio, que no sabemos saborear un minuto de silencio en diálogo con Dios.

Si miramos a María, nuestra Madre, veremos en su rostro la dulzura de un alma que se entrega en oración. Pero esa oración (vuelvo a repetir), no consiste en misticismos extraordinarios, sino en convertir cada una de nuestras acciones, pensamientos y palabras en continuo diálogo divino. ¿Alguien te ha enseñado a respirar?… Pues bien, la “comunión de los santos” es el aire que necesitamos para que nuestra vida siempre esté “oxigenada” con el amor de Dios.