Jeremías 7, 23-28; Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9 ; san Lucas 11, 14-23
Hace unos días se presentó un nuevo libro de Juan Pablo II. Se trata de una serie de entrevistas realizadas por dos pensadores polacos. Hay en la obra distensión, y firmeza a la vez, sobre cuestiones fundamentales de nuestro tiempo, que el Papa saca a luz desde su experiencia como hombre, sacerdote y Pastor de la Iglesia Universal. El título es: “Memoria e identidad”. Ya en el primer capítulo, al hilo de una pregunta acerca del sentido del mal, el Papa nos dice: “También es una incógnita esa parte de bien que el mal no ha conseguido destruir y que se difunde a pesar del mal”. ¡Extraordinario! Siempre nos ha podido obsesionar el calado de tantas cosas malas que vemos a nuestro alrededor, y que nos ha hecho caer en el pesimismo y el desaliento. Hemos olvidado que, a pesar del mal, existe un bien al que no se le puede destruir. Más aún, ese bien sigue alcanzando a muchísima gente. Personas, quizás anónimas, pero que con su actuar callado y silencioso hacen que el bien se extienda por toda la tierra.
Esta es la identidad de los hijos de Dios, sembrar el bien y vivir con esperanza. Más adelante, el Santo Padre, hablando del influjo del pecado en el mundo, dice con rotundidad que el único contrapeso posible era “el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo”. De esta manera, nos introduce en el misterio de la Cruz, para que cada uno descubra cómo es posible vencer al mal si somos capaces de abrirnos a esa dimensión del amor de Dios. Por eso, sembrar el bien es dar a conocer a Dios a todos los hombres. Vivir con esperanza, por otra parte, es saber que Cristo ha vencido al pecado y a la muerte, y nos invita a esa reconciliación definitiva.
Lo terrible es cuando el ser humano rechaza el amor y la misericordia de Dios “porque él mismo se considera Dios”. Esa presunción histórica también nos acompaña en nuestros días, fruto de filosofías, maneras de vivir, ideologías, etc., que se empeñan en reivindicar lo que sólo pertenece al Creador. El Papa acaba diciendo, “si queremos hablar sensatamente del mal y del bien, hemos de volver a santo Tomás de Aquino, es decir, a la filosofía del ser”. Y es que no hay nada más realista que volver a esa filosofía perenne, que nos recuerda nuestra condición creatural… Lo demás, “acaba moviéndose en el vacío”.
“Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien”. Lo que nos dice Dios hoy, a través del profeta Jeremías, muy bien podría identificarse con las palabras del Papa, y con su propia vida. Buscar a Dios, incluso en las circunstancias más adversas (enfermedades, atentados, sufrimientos…), para obtener la paz interior, y el convencimiento de que sólo se busca el querer de Dios.
Termina Juan Pablo II su libro con el relato de su atentado en la Plaza de San Pedro, con el convencimiento de que hubo una intercesión directísima de la Virgen María. Su lema “Totus Tuus”, le ha acompañado durante todo su pontificado, reafirmándole en que Ella ha sido su fuente de alegría durante todos estos años. Por eso, al hablar del dolor humano, el Papa nos dice con seguridad: “Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en una nueva dimensión, en otro orden: en el orden del Amor”.