Oseas 6,1-6; Sal 50, 3-4. 18-19. 20-21ab; san Lucas 18, 9-14
En Madrid se está celebrando el Sínodo Diocesano. Su lema, “Alumbra la esperanza”, nos está diciendo la finalidad de estos encuentros que terminan en el mes de mayo. Durante dos años las parroquias madrileñas han estado trabajando en los distintos temas propuestos, y que ahora se elevan a una asamblea general para su aprobación definitiva. Son cerca de doscientos miembros sinodales los que reúnen todos los sábados, presididos por el Arzobispo… ¡En fin!, podríamos continuar relatando detalles de este evento del que, aun siendo tan importante para una gran parte de los madrileños, poco se ha dicho (por no decir nada) en los medios de comunicación.
No es que el Sínodo sea algo baladí, sino que algunos siguen empeñados en callar acerca de cuestiones que (según ellos), sólo pertenecen al ámbito de la conciencia… y nada más. Pero, ¡cuidado!, podemos caer en la gran tentación del victimismo. Tal y como decía ayer un amigo mío en un medio informático de gran tirada (https://www.libertaddigital.com): “Tengo la impresión de que, en los últimos años, estamos corriendo dos riesgos gravísimos: el de equivocarnos de enemigo y el de equivocarnos de estrategia”. Bajo el título de “El enemigo y la estrategia”, Fernando, tomando como ejemplo a Caín, hacía la siguiente reflexión: “Pensó que su hermano era su enemigo, cuando su verdadero enemigo era el pecado que habitaba en él. La emprendió contra su hermano, y se llevó al enemigo dentro de sí para el resto de su vida”.
Y en cuanto a la estrategia decía lo siguiente: “como nos descuidemos, en lugar de a las trincheras volveremos a las catacumbas y cerraremos la puerta que el Espíritu Santo abrió el día de Pentecostés. Nosotros en el Cenáculo, defendiéndonos, y el mundo entero tirándonos piedras. ¡Eso sí que sería un terrible paso atrás! Defendernos significa agruparnos, retraernos, hacernos «una piña» porque la unión hace la fuerza, y desde ahí reivindicar lo nuestro. ¡Pero si es que «lo nuestro» nunca ha sido defendernos! ¡Es que Jesús, en su Pasión, calló! Calló, abrió los brazos en la Cruz y conquistó el mundo. ¿Acaso hemos olvidado la Cruz? Defendernos, en cristiano, es una mezquindad, porque nuestra pretensión no es defender nada sino conquistar el mundo para Cristo. Y, si es a cambio de nuestro despojo, bendito sea Dios. ¿Es que no hemos leído, cientos de veces, la décima estación del ‘Via Crucis’? ¡Que se lo lleven todo! No queremos lo nuestro, queremos sus almas”.
¡Pues eso!… Que en Madrid estamos celebrando un Sínodo diocesano, y que sería muy importante que no perdamos el tren de los signos de los tiempos. Y si hay que hablar de signo, no hay otro mejor que el que durante estos días nos está dando Juan Pablo II, con ese estar “atado” a la Cruz de Cristo, porque desde ahí, nos recuerda que ese “alumbrar la esperanza”, no es otra cosa que demostrar nuestra fe con las obras de cada jornada: sonreír a tiempo, disculpar impertinencias, reconocer nuestros errores… y, sobre todo, perdonar de corazón a aquellos que puedan ofendernos. ¿No lo hizo Jesús desde la Cruz? Esa es quizá la oración humilde y entregada que Dios espera de nosotros, esa es la oración que le “enternece”, como la oración de ese pobrecito pecador que, desde atrás supo reconocer sus limitaciones y “crucificarlas” entregándoselas al Señor.
Mira a la Virgen. Su silencio es la manifestación más clamorosa de lo que significa cumplir la voluntad de Dios… Eso sí, os pido que recéis por los frutos del Sínodo diocesano de Madrid.