Jeremías 20,10-13; Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7; san Juan 10,31-42

Las pobres familias que se han quedado sin casa en el barrio barcelonés del Carmelo tienen que estar desoladas. Cambiarse de casa es siempre un cambio de vida, de pequeñas costumbres o ritos diarios. Y todo porque los responsables de las obras nunca estudiaron que los edificios no vuelan y, aunque tiendan a no caerse, si agujereas por debajo de los cimientos es seguro que los bloques de vivienda se hunden.
“Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos.” Muchas veces se escabulle Jesús de manos de los que quieren matarle, hasta “que llegó su hora.” Cada día conozco a más personas con pequeñas, o grandes, dudas de fe, parece que Dios “se les escabulle” del corazón y de la cabeza. Una visión simple pudiera achacar esto a que en una “sociedad tan avanzada y tecnológica” Dios está fuera de lugar. Muchos hablan de la “etapa adulta” de la sociedad cuando se libera de Dios y las creencias en la trascendencia. Me parece una estupidez. Pienso que lo que ha ocurrido es más parecido al tristemente célebre barrio barcelonés. Durante años se han excavado las bases de la fe: se ha perdido la adoración eucarística y hemos hecho de las Misas unos espectáculos lúdico-festivos (tremendamente aburridos, por otra parte), la oración personal se ha minusvalorado y la comunitaria se parecía más a un taller de manualidades que a una comunidad de fe. El sentido apostólico y misionero se diluyó bajo una capa de “tolerancia” mal entendida que llevaba a esconder la condición de cristiano en la propia familia y mucho más en la sociedad. Se cambiaron a los predicadores de misiones populares y retiros espirituales por los tele-predicadores de “Crónicas marcianas” y revistas del corazón, el examen personal de conciencia se hace sobre los habitantes de “Gran Hermano” (que al menos han conseguido que la gente conozca la palabra confesionario). Hemos negado la realidad del pecado y por lo tanto hemos vaciado el sentido de la Redención, a Jesucristo le hemos hecho un revolucionario, un hippie o un idealista, cualquier cosa menos el Hijo de Dios. Todo esto sin faltar “ayudas” externas: ataques a la familia, aplausos a los sinvergüenzas, favorecer la promiscuidad, alabar a adivinos, futurólogos y visionarios, etc. etc. etc. …
Todo esto va agujereando los cimientos de la vida cristiana, notamos que nuestra “casa espiritual” empieza a llenarse grietas y de dudas. Parece que todos y todo está en nuestra contra y, a veces precipitadamente, “decidimos mudarnos de casa” aunque eso nos llene de desolación.
Todo esto parece la historia de muchos, pero nos falta un dato fundamental: Jesucristo es nuestro cimiento. Si confesamos, en los momentos buenos y malos, que Jesús es el Hijo de Dios entonces podrán venir contra nuestra vida las “tuneladoras” de Gallardón, los barrenos de Asturias o los técnicos de El Carmelo, que no podrán afectar nuestros cimientos. Aunque vivas envuelto en un mar de dudas y creas que tu edificio se está desmoronando, dile al Señor desde lo hondo de tu corazón: “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.” Tus gritos llegarán a sus oídos y lo que te parecía que se hundía lo contemplarás firme, fuerte y seguro.
Si contemplas la pasión con los ojos de María descubrirás que lo que son heridas nos han curado, que lo que parece muerte es resurrección, que los insultos provocan el perdón y el abandono es “Dios con nosotros.”
Se acerca la Semana Santa, descubramos nuestros cimientos.