Ahora que me toca construir una parroquia desde cero mucha gente me pregunta por el dinero: ¿Cuánto cuesta? ¿quién lo financia? y preguntas similares. Nunca he dado demasiada importancia al dinero, llegará cuando tenga que llegar, pero se ve que es algo que preocupa mucho a la gente. El dinero -la falta o la sobra-, crea problemas en las parroquias, en las familias, en las sociedades. Muchos viven pendientes de las hipotecas, los créditos y los valores. Hoy no vamos a reflexionar sobre la pobreza, pero sí sobre lo importante, lo que realmente debería importarnos.
“«Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado.» Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real.” Daniel, Ananías, Misael y Azarías tenían sin duda una urgencia: comer y engordar y salvar su vida o cumplir con la ley del Señor y tal vez perecer. Y se fían de Dios, confían en la providencia, y reciben el don de la sabiduría. La sabiduría de Salomón, la sabiduría que iluminaba a los elegidos de Dios, les es concedida por fiarse de Él. No es que entonces les mejorase la vida, esta semana oiremos en la cantidad de conflictos en que se metieron y el Señor les sacó, pero sabían afrontar la vida con confianza.
«Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.» Esta pobre viuda también confía en la providencia, por eso no duda en dar lo que tiene para vivir. El Señor proveerá. Mientras los ricos pensaban cuánto tenían que guardar, para echar lo que sobraba, la pobre viuda sabe que Dios da sin medida, no cosas materiales, sino la sabiduría para vivir.
Esto hoy puede parecer imposible. Vivimos muchas veces de la racanería, de dar lo que nos sobra después de derrochar y entonces sentirnos angustiados. Pero hay muchos ejemplos a nuestro alrededor de confianza en la providencia. Y no sólo en los conventos que viven de la caridad, también en las familias que reciben con alegría un nuevo hijo, aunque los llamen locos, los empresarios que promueven convenios justos y dignos con sus trabajadores, maestros que no se dedican a cumplir el expediente, sacerdotes que se desviven por el pueblo de Dios que les ha sido encomendado, hasta un Papa que sigue gastando su vida, con más de ochenta años, al servicio de la Iglesia.
Confiar en la providencia de Dios, en su cuidado por cada uno de nosotros, concede al corazón la paz que sólo Dios puede dar. No nos asegura que podamos cambiar de coche cada cuatro años, pero nos da la garantía de poder renovar nuestra ilusión por vivir cada mañana.
“No sólo de pan vive el hombre.” Es la respuesta a la primera de las tentaciones de Satanás, tal vez la más primaria. María vio nacer la Palabra de Dios de sus entrañas y confió plenamente en Dios. Nosotros también podemos confiar, no lo dudes.