Tengo que reconocer mi predilección por el profeta Jonás. Aunque los pocos versículos de hoy nos dan la imagen de él de un profeta “políticamente correcto” la verdad es que le costó cumplir su misión: huyó en dirección contraria, la cumplió de mala gana y se enfadó cuando vio la misericordia de Dios cuando él había predicado su destrucción. A pesar de las reticencias y negaciones de Jonás Dios se sirve de él para convertir a los ninivitas. Me imagino que el enfado posterior de Jonás fue el ver que había quedado como un idiota, un anunciador de catástrofes, un pájaro de mal agüero ya que la ciudad no fue destruida. No vio el bien que había conseguido, no se dio cuenta de la cantidad de pecados que había evitado, se sentía más que un triunfador un auténtico gafe. Pero Dios se valió de él.
No es agradable el ser portador de un mensaje de conversión, el decir que las cosas no van bien y que tenemos que cambiar. Es mucho mejor anunciar un mundo de felicidad, el paraíso de la piruleta y el mundo de regaliz. Menuda se ha armado en España por las palabras de los Obispos ante las próximas elecciones, son ahora blanco de las críticas y las mofas de los primeros que se acercan a un micrófono: que debían callarse, que hablen de lo que sepan, que son unos intransigentes y partidarios y un larguísimo etcétera. Incluso desde dentro de la Iglesia se propone el mirar al mundo con una sonrisa, el no ser tan negativo, el mirar con optimismo (es curioso como los slogan de algunos coinciden) y no cejan de dar la matraca. “Nínive país de vacaciones” sería la predicación preferida de Jonás pero “ caminó durante un día, proclamando: – «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»” No consiguió un monumento en la plaza del pueblo, ni el aplauso de los ninivitas, peor hizo, a pesar de sus pesares, lo que Dios quería y salvó la ciudad.
Sería un necio quien dijese que nuestra sociedad está bien y que todo progresa adecuadamente, aunque es mucho más cómodo vivir en una realidad virtual donde el bien o el mal moral dependen del número de aplausos que recibimos. Los obispos han quedado mal, igual de mal que quedan los que defienden la moral católica en su familia, en su barrio o en su puesto de trabajo. Tal vez no pueda ser de otra manera, ninguno de los apóstoles anunció el Evangelio para ganarse el respeto de los poderosos o los vítores de las masas. Anunciaban a uno que es más que Jonás y no esperaban mayor premio que él. La Iglesia no busca bienes o prebendas (aunque a algunos esto les haga sonreír), el anuncio se anuncia aunque sea al precio de pedradas, persecuciones o que te crucifiquen. Algunos querrán anunciar un cristianismo burgués, cómodo, no problemático, aislado del mundo, que en vez de a Nínive se dirige a la Costa del Sol para broncearse, pero entonces ¿que pasará cuando sea juzgada esta generación?.
No podemos callar, desde los obispos hasta el cristiano más humilde tenemos que hablar. Aveces estaremos más o menos acertados en nuestras palabras, pero si lo hacemos con rectitud de intención y encomendándonos al Espíritu Santo seguro que es mejor que callar. Seguramente nadie nos lo agradecerá, nos pondrán verdes y nos criticarán, pero no buscamos el aplauso de los hombres.
Nuestra Madre la Virgen también hablo en Lourdes, en Fátima y en tantos otros sitios por medio de los “peores” portavoces a los ojos de los hombres. Y sigue hablando por medio de tantos cristianos y cristianas que, con su aliento y cercanía, siguen anunciando al mundo que, a pesar de los pesares, Dios les sigue dando oportunidad de convertirse.