Ayer dejábamos a Epulón en el Infierno y a Lázaro cómodamente sentado en el regazo de Abrahan, descansando de los males que había padecido en esta vida. No estaría bien que nos quedásemos con la idea de que el infierno es un lugar donde uno sufre y el cielo otro donde uno se aburre (Abrahán no tenía fama de chistoso en su tiempo) , y eso para la eternidad. El cielo es mas que el seno de Abrahán, no se trata de descansar de lo malo de esta vida, pues entonces haber nacido sería un asco: cansarse para descansar, para eso es mejor no cansarse. Pero eso no es el cielo. No podemos describirlo con palabras, San Pablo nos decía que “ni ojo vio, no oído oyó, ni mente pudo imaginar” y tal vez sea lo máximo que se puede decir: cualquier cosa que podamos pensar nos quedaremos cortos, es más, ni siquiera nos aproximaremos mínimamente a las maravillas de Dios.
Pero ese cielo puede parecer inalcanzable (por eso nuestro pequeño afán de santidad), y efectivamente lo sería si no es por la misericordia de Dios. Nos conformamos con un “Descanse en paz,” jugando al tute con Lázaro mientras Abrahán nos cuenta sus batallitas. Dios tendría derecho a echar el cerrojazo al cielo y aún así, con que nos diese un mínimo de lo que nos da, tendríamos que decir que es infinitamente misericordioso.
Sin embargo Dios no ha querido cerrar el cielo, no ha querido esconder las llaves o dejarlas en algún lugar inalcanzable, no, ha querido dejar las llaves al alcance de cualquiera «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. » Le deja las llaves a un pescador, a alguien que le negará y mirará los planes de Dios sólo desde lo humano. Pero ese alguien sabe que Jesús, el Hijo de Dios, le ama y le puede decir, desde su debilidad, “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.” Y esas llaves que recibió Pedro han ido traspasándose hasta Benedicto XVI. Ha habido Papas santos, pecadores, inteligentes, guerreros, lujuriosos, ambiciosos, humildes y sonrientes, de todo tipo; pero todos sabían que no eran los dueños del cielo, sólo tenían las llaves. Y esa es una responsabilidad muy grande, más grande de la que ningún ser humano por sus propias fuerzas puede soportar, y por eso Pedro puede exhortarnos: “ Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño.” Muchas veces estamos acostumbrados a leer opiniones sobre el Papa en términos políticos, como si fuese un dictador o buscase favorecer a “los suyos.” Puedo comprender, aunque no compartir, que un político busque su beneficio personal y situarse cómodamente en la sociedad. Le darán igual las críticas, ya habrá quien haga las cosas peor o preocuparan otros asuntos. Pero el Papa sabe que quien le pedirá cuentas será el mismo Dios, en quien cree firmemente, y se juega la eternidad. Por eso necesita una especial Gracia de Dios y exige (no me he equivocado de palabra), exige la oración de todos los católicos del mundo. Ni “progres”, ni “carcas,” ni los de la fe del carbonero ni los teó´logos pueden permitirse el lujo de no rezar por el que tiene que llevar el peso de la Iglesia en cada momento. A lo mejor tiene que ser un pobrecillo de Asís el que ayude a levantar la Iglesia, o una Catalina de Siena la que le regañe, pero lo hará junto al Papa, nunca contra él.
La Virgen debe ver en el rostro de cada Papa el reguero dejado por las lágrimas de Pedro y seguro que los ampara de manera especial. Pidámosle a ella por nuestro Papa, el de cada momento, el de la Iglesia, el que tiene las llaves de la misericordia de Dios.