Con la llegada del reino de Dios se cumplen las promesas que Dios había hecho a través de los Profetas. Dios viene no solo a traer su justicia y su paz, sino también a vencer el mal y la muerte. Este es el mensaje central de la predicación de
Jesús, que cuando tenía alrededor de treinta años comenzó a predicar diciendo: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15).  Jesús invita a todos a entrar en el Reino de Dios; aun el peor de los pecadores es llamado a convertirse y a aceptar la infinita misericordia del Padre. Utiliza las parábolas como una forma de anunciar el reino de Dios que pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde.

Jesús acompaña su palabra con signos y milagros para atestiguar que el reino de Dios está presente en él, el Mesías. Cura a muchos, pero él no ha venido para abolir todos los males de esta tierra, sino, ante todo, para liberarnos de la esclavitud del pecado. La expulsión de los demonios anuncia que su cruz se alzará victoriosa sobre el mal de este mundo. En Jesucristo y por Jesucristo, el reino de Dios se hace presente entre los hombres; Dios mismo nos hace llegar su presencia, su reconciliación, su perdón y su vida. En verdad, Jesucristo es, él mismo, el reino de Dios. La fe en él es la puerta por la que entramos en este Reino.

En el Evangelio hemos oído de nuevo algunas de las parábolas del Reino de Dios. Jesús nos enseña que el Reino de Dios no caerá en el mundo como una bomba que destruya todo y lo haga de todo nuevo de cero.

El Reino de Dios lo hace él, y sólo en los “cielos nuevos y tierra nueva” al final de los tiempos se realizará plenamente. Pero no lo hace sin nosotros, sin la humanidad. Él lo siembra, nosotros estamos llamados a regar y arar esa siembra, y luego sólo Dios y cuando Dios disponga recogerá los frutos. Pero esta manera “escondida” de crecer del Reino de Dios (reino de justicia, de amor y de paz) tiene mucho que ver con las periferias existenciales en las que esta llamada a la Iglesia a ir sembrando el Reino de Dios.

La Iglesia está ahí para “que en el mundo exista espacio para Dios, que pueda Dios habitar en él así el mundo se convierta en su Reino (Joseph Ratzinger). En Jesucristo el Reino de Dios ha despuntado verdaderamente en el mundo. Ahí donde se hace entrega de los sacramentos, el antiguo mundo de pecado y de muerte se supera y se transforma de raíz: una nueva creación tiene lugar, el Reino de Dios se hace visible.

En cambio, si los cristianos no traducen la nueva vida que es les entrega en obras auténticas, los sacramentos se vuelven signos vacíos. No se puede recibir la comunión y, al mismo tiempo, negarle a alguien el pan. Los sacramentos apelan a un amor que esté preparado para, como dice el Papa Francisco, “salir de si mismo e ir a las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia ,las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”.

Los poderosos del mundo buscan construir sus reinos desde los centros neurálgicos del poder. Dios en cambio deja que empecemos a construir su Reino sólo si lo hacemos en los lugares (geográficos y existenciales) contrarios: en las periferias, es decir, donde nadie si fija, allí donde a ningún poderoso le importa mucho la suerte de sus gentes. En cambio, es donde están la mayoría de los religiosos y religiosas, de los consagrados. ¿Cuáles son las periferias existenciales que tienes cerca de ti, en las que puedes ayudar ya ahora a construir el Reino de Dios?