El Señor, a través del profeta Isaías, hoy nos lanza una nueva pregunta al comienzo de la lectura: ¿Con quién podréis compararme, quién es semejante a mí? Y, posteriormente, nos anima a mirar la realidad, sin miedo, como si quisiera que lo comprobemos. Y es algo que debemos hacer si de verdad queremos vivir de algo tan importante para la vida cristiana como la conversión diaria.

La cuestión capital es comprender qué es convertirse y cómo la conversión es algo del día a día. Tenemos que volvernos a Dios todos los días, también con nuestra voluntad e inteligencia, no sólo con los sentimientos.

A veces la Escritura, como el Evangelio del pasado domingo, nos insiste en la historicidad de ciertos relatos, como diciéndonos: ¡Hey! Que esto va del día a día, que no va de un día en que decidí ser cristiano y me olvido. De hecho, la verdadera conversión que nos enseña la virgen María, a quien debemos mirar mucho en este año mariano que celebra nuestra diócesis, implica que su creer le lleva a poner precisamente su fe en Dios como epicentro de su existencia, aún en su propia incomprensión. Y esto se vive todos los días.

Y aquí surge la pregunta que nos tenemos que hacer de la mano de María: ¿la fe es el centro de mi vida o no? O, parafraseando a san Pablo: ¿dejo que el Señor lleve a término la obra que inició en mí el día en que tomó posesión de mi persona en el Bautismo?, ¿colaboro con la gracia de Dios o no?

No nos confundamos a la hora de comprender la conversión propia del Adviento: se trata de creer de verdad que no hay nada más importante que Dios y vivir conforme a Él. Que todo, trabajo, vida social, ocio, relaciones… todo, debe partir de la fe. Es lo que hizo María desde la Anunciación especialmente: su vida pasó a ser la de Jesús. Preguntado de otro modo: ¿hago hueco a Dios en mi agenda o planifico mi vida desde Él? Una gran piedra de toque, por ejemplo es atender a cómo vivimos el domingo. ¿Como día que cimienta mi semana desde Dios o como día de evasión que incluye la depresión vespertina porque llega el lunes?

Vamos a pedirle a María que nos regale la fe para saber que no hay nadie que se pueda comparar a nuestro Dios. Eso, se llama conversión.