Las lecturas de hoy nos invitan, de nuevo, a rezar contemplando esa gran figura que fue -y es- san Juan Bautista. Pensemos hoy en lo esperado que también era el nuevo Elías, es decir, Juan, como señal de lo que tenía que venir, es decir, como signo profético de que el Mesías estaba al caer. Tal era una de las principales corrientes del mesianismo en tiempos de Nuestro Señor.

Desde esta perspectiva, podemos poner hoy ante el Señor nuestras esperanzas, partiendo de un ejercicio de realismo básico: ¿qué es lo que espero yo?, ¿qué expectativas tengo? Y, humildemente, preguntarle a Jesús si eso que llevo dentro se corresponde con su voluntad o no. Lo decimos cada día en el Padrenuestro, pero tantas y tantas veces se nos olvida a todos: ‘Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo’.

Asimismo, habría que atender a una cosa ulterior. Y es que, las palabras que Dios nos envía, rara vez son directas como la palabra que nosotros podemos dirigir a un amigo o a un familiar, sino que el Señor habla a través de intermediarios, como pueden ser personas, acontecimientos de la vida o, cómo no, la lectura de la Palabra, esa que nos es tan desconocida a veces (¿qué pensaría de nosotros san Jerónimo, que decía aquello de: «desconocer las Escrituras es desconocer a Dios»?).

La cuestión es hacer examen de conciencia y ver si tenemos o no, si la hemos cortado o no, línea con el Altísimo. Es decir, si mi oración es oración y no introspección, si voy a misa a ver qué me quiere decir Dios a través de la liturgia de la Iglesia, si estoy acompañado en mi vida de fe por algún sacerdote o persona preparada para ello para que me ayude a discernir, si me rodeo de gente sana que me ayuda a profundizar en lo más importante de la existencia, que es la fe. En resumen: ¿existe alguna figura como el Bautista en mi vida que anuncie que el Señor viene a mi vida o no?

Claro que no es fácil, y más en una sociedad ciertamente individualista como la nuestra. Pero el cristiano del siglo XXI está llamado a romper esa dinámica y volver a vivir como una familia en la que los unos nos necesitamos a los otros. Salgamos del ‘yo’ y aprendamos a escuchar la voz de Dios que llega alrededor nuestro.