Comenzamos nuestra pequeña reflexión de este domingo con la primera lectura, en ella, el profeta Jeremías nos ofrece en un lenguaje poético cargado de simbolismo un consejo fruto de su experiencia personal, pero con carácter universal, el Profeta nos presenta el contraste entre un cardo en una llanura seca, representación gráfica de los seres humanos que ponen su confianza en las criaturas, en las cosas materiales y el árbol junto al río que simboliza al hombre que confía en el Señor, esta dicotomía está presente con fuerza en las obras de San Agustín, especialmente en la Ciudad de Dios, en la cual el Obispo de Hipona muestra la Historia como la disputa entre dos ciudades la del amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios (Babilonia) el cardo de Jeremías, y la ciudad del amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo (Jerusalén celestial), el árbol frondoso de Jeremías.

El ser humano, es verdaderamente comparable a estas plantas, pero ¿cómo y dónde conseguir el agua?, la gran diferencia entre ambas situaciones es la presencia del agua, es decir la presencia  planificadora de Dios, el agua viva. Pues asomándonos a San Pablo, la aceptación de la resurrección, la comprensión correcta de quién es Jesucristo y cómo nos cambia la vida su muerte y su resurrección será la clave de bóveda, el agua viva que nos saque de la acedía del desierto materialista que seca nuestras entrañas.

Finalmente una mirada al Evangelio, en el que se nos proponen para nuestra reflexión las bienaventuranzas en la versión de Lucas. Tal vez, lo que a mi más me llama la atención es que después de XXI siglos de cristianismo las bienaventuranzas siguen siendo hoy contra-culturales. Chocaron contra la cultura semita del S. I, chocaron contra la cultura romana, con las ideas del Imperio, y chocan hoy con los valores predominantes, que incluso nosotros que cada domingo venimos a la Eucaristía hemos asumido. Nosotros no queremos ser pobres de espíritu, no queremos ser perseguidos, no queremos llorar… hace unos meses, un muy buen amigo mío me decía, «yo lo que quiero es estar bien, me encuentro muy cómodo, doy catequesis, los niños me quieren, me siento bien dedicando mi tiempo, participo en la misa… pero no quiero más». Mi amigo que es una gran persona expresaba lo que tantas veces todos hemos experimentado tentación de la comodidad, tal vez por eso necesitemos oír que Jesús era un aventurero, porque propone planes que nos parecen poco apetecibles, las bienaventuranzas son uno de ellos, de hecho, si las tuviésemos que «vender» en una campaña de marketing, creo que nos resultaría más difícil que venderle un aire acondicionado. Sin embargo desde hace dos mil años hay un gran número de locos que eligen confiar en la palabra de vida de este aventurero, y aceptan el riesgo de la incomodidad, la incomodidad de la aventura, meterse en miles de movidas por seguir detrás de Aquel, que puede convertir sus vidas en un árbol frondoso.