Continuamos las breves reflexiones acerca del libro del Eclesiástico, que sigue insistiéndonos en que debemos confiar sólo en Dios, poner nuestra vida en sus manos. Pero hoy nos vamos a fijar en una frase concreta: «No tardes en convertirte al Señor, ni lo dejes de un día para otro».

Efectivamente, necesitamos conversión cada día, y la necesitamos en el único momento en el que, seguro, tenemos garantizado que vamos a poder hacerlo: ahora, en este momento. El Señor es muy claro, igual que ese adagio de la sabiduría popular que reza: «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». ¿Merece la pena estar separado del amor de Dios? Seguro que sabes que no, a poco que lo pienses fríamente y que aceptes que todos -tú y yo también- somos pecadores, que Él lo sabe pero que tiene siempre los brazos abiertos. Vayamos a Él como niños pequeños cuando ven a sus padres tras un miedo o un tiempo de ausencia.

Pero no podemos olvidar que la vida, como la Cruz de Jesús, tiene, además de una dimensión vertical, otra horizontal. ¿Estamos enfadados con alguien?, ¿hemos fallado nosotros a otra persona? Si la respuesta es que sí…. ¡corre a vivir el perdón hoy y no lo dejes para mañana, que es un día que no sabemos si llegará! El razonamiento es el mismo: ¿merece la pena estar a malas con quienes queremos? Y surge el pequeño diablillo que nos dice: «Es que es injusto lo que me han hecho». Bueno, bien, ¿es justo que nosotros pequemos contra el amor de Dios? Evidentemente no… pero lo hacemos. No se trata de amar ajustándonos a cálculos humanos, sino de amar, incluso, a los enemigos. Y, si te cuesta verlo, ¡pídele la gracia al Señor!

Por todo esto, quizás hoy es un gran día para que prepares una buena confesión, si tienes que ‘arreglarte’ con Dios, o que te propongas tener esa conversación que falta con alguna persona querida. Ponlo en presencia del Señor en tu oración de hoy y… ¡¡ADELANTE!!