MIÉRCOLES 15 DE ABRIL DE 2020

EN LAS ENCRUCIJADAS DE LA VIDA (Lucas 24, 13-35)

Hoy escuchamos el encuentro de Jesús Resucitado con los discípulos de Emaús, es Jesús, que se hace el encontradizo en la vida de los hombres, es Jesús que sale a las encrucijadas de nuestras vidas.

Nos contaba en una carta pastoral nuestro arzobispo, el cardenal Osoro, que:

El comienzo del texto evangélico tiene para mí una importancia capital:

Aquel mismo día, dos de ellos, iban caminando a una aldea.

Estar en el camino, en el mismo por donde transita la humanidad, es esencial. En ese camino nos encontramos con los hombres y las mujeres en la situación real en la que viven, en su, a veces dramático, contexto existencial.

Los discípulos iban con un destino, a un pueblo. Muy a menudo, el problema de muchos seres humanos hoy es que se ponen a caminar, pero no saben a dónde van.

El ser humano tiene necesidad de tener una meta, aunque sea pobre o mediocre. En este caso, era así: iban de camino, pero acompañados por la desolación y la desesperanza. Tenían meta, pero carecían de una perspectiva ilusionante.

¿Y nosotros, cada uno de nosotros?

¿Y los demás hombres y mujeres, los que comparten con nosotros un mismo tiempo y un mismo lugar, un ahora y un aquí en la historia de la humanidad?

¿No andamos también un poco despistados, cada uno por su camino?

¿No vamos también un poco desilusionados?

La pandemia que hemos y seguimos padeciendo nos ha puesto ante una realidad que antes no la veíamos con suficiente claridad:

Que en un mundo como éste, globalizado, que es como pronosticaba McLujan hace casi un siglo, es como una aldea, una única y pequeña aldea global.

Ha tenido que ser una desgracia la que nos haya puesto ante los ojos que por muchos que seamos y por muy diferentes que seamos, que por muchas vallas y muchos muros que pongamos, que por muchos caminos por los que nos conduzcamos y por muchos destinos que nos marquemos, al final todos nos encontramos, como en un pequeño pueblo, a la vuelta de la esquina de la plaza. Y todos igual de vulnerables, y todos igual de despistados y asustados.

La cuestión no es la multiplicidad de caminos, de planes, de destinos, sino con qué y con quien nos encontramos en la encrucijada de la vida.

¿Nos encontraremos mirándonos a los ojos unos a otros, sin nadie que nos guíe, que nos explique lo que nos está pasando, que nos enseñe el camino de la vida?

¿O tendremos la dicha de encontrarnos, como los discípulos de Emaús, con Jesús Resucitado, Rey del Universo, para poderle decir, humanidad unida en el desaliento: “quédate con nosotros, que atardece, y la tarde se hecha encima”?