SÁBADO 18 DE ABRIL DE 2020

¡ID Y ANUNCIAD! ¡ID Y PRIMEREAR! (Marcos 16, 9-15)

Leemos en el Evangelio de hoy como Jesús resucitado se presenta a sus discípulos y les dice: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.

Lógicamente, nos lo dice también a nosotros. La diferencia es que nos lo dice hoy, como Iglesia una, unidos a Pedro hoy, que es el Papa Francisco, quien nos ha propuesto todo un impulso para llevar adelante este mandato misionero con su exhortación Evangelii Gaudium, la alegría del Evangelio.

Una de sus más concretas propuestas en esta exhortación, especialmente urgente en tiempos de tanto temor y dificultad como la que estamos viviendo por la Pandemia que nos aflige, es el de “primerear”, como ha hecho Dios con nosotros. Porque el mundo de hoy, y menos ahora, no quiere sermones, discursos, demostraciones, etc… Quiere testigos. Si tenemos que anunciar la buena noticia del amor de Dios a los hombres, antes tenemos que ser “los primeros” en vivir este amor concretamente.

El Papa Francisco inventa este verbo porque ve esta acción en Dios y porque ve en esta acción de Dios una llamada a la Iglesia, a cada cristiano: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. Primerear: sepan disculpar este neologismo”.

La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!”

El “primerear” más auténtico, porque es el más parecido al de Dios, es de la misericordia. Es decir, el de tomar la iniciativa de amar a aquellos que nos hacen algún daño. Es perdonar, sin esperar a que te pidan perdón, y hacerlo no de palabra (precisamente porque no ha habido esa petición), sino con gestos de amor concreto:

Es el caso de Jerry, un niño norteamericano de color, que en las pasadas navidades lloró al verse rechazado por todos sus compañeros, de raza blanca, que se hicieron regalos unos a otros excluyéndole a él. A volver a casa se acordó de este mismo Evangelio, y de acuerdo con su madre compró regalos para todos sus compañeros.

Es el caso de Elisabetta, una joven florentina que vio a un grupo de chicos de su edad reírse de ella cuando subía las escaleras para entrar un domingo en misa, y les sonrió, y rezó por ellos, y al domingo siguiente, después de que estos chicos la preguntasen por su actitud y ella dijera que quererles como son era lo único que podía hacer una cristiana, todos entraron en la Iglesia.

Es el caso de Carlos, nuestro cardenal arzobispo, que al llegar andando una noche a su casa cuando era obsipo de Oviedo, encontró a unos jóvenes “de botellón” en la puerta y que, un poco bebidos, lo insultaron. Se acercó a ellos y les dijo que él, en cambio, los consideraba “amigos”, que les deseaba todo bien, y que si alguno quisiese en algún momento hablar con él, estaría encantado de recibirlo. A los pocos días uno de ellos fue a verlo. Aquel primer encuentro se repitió muchos veces, y luego (¡los caminos de Dios!) entró en el seminario.