“Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.” El “sí” adulto, consciente y maduro a la fe cristiana, al recibir lía confirmación, es el primer paso “nacer de nuevo”. Es la ilusión por el seguimiento de Cristo, pues se recibe la plenitud de la gracia del Espíritu Santo.

“El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.” Desde nuestro Bautismo el Espíritu Santo está actuando en nosotros. Así, sería absurdo que nos quejásemos por haber nacido pequeños y haber perdido unos valiosos años en tener que crecer, adquirir hábitos y conocimientos, fortalecernos, aprender a hablar …

En ese tiempo de la infancia hemos aprendido más de lo que aprenderemos en toda nuestra vida. Hemos asimilado la dulzura de nuestra madre que nos abraza, la cercanía de nuestro padre que juega con nosotros, adquiridos sus gestos, sus formas de ser … nos hemos construido como personas en plenitud.

“Dichosos los que se refugian en ti, Señor”, tengan la edad que tengan, el estado o la posición que ocupen. Así, damos gracias a Dios por nuestro bautismo, y nos proponemos vivirlo a diario.

Le pedimos a la Virgen María que nos manifieste las gracias que recibimos, sobretodo, en la Reconciliación y la Eucaristía … son sacramentos cotidianos del amor de Dios y del trato con Cristo … “Así es todo el que ha nacido del Espíritu”.