“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

Aunque ahora, debido a la pandemia, no podamos hacerlo presencialmente, no podemos olvidar que en el Sagrario se encierra el Amor…. nuestro Amor de los amores.

Aunque sea “virtualmente”, allí es donde deben dirigirse nuestros corazones, y donde poner nuestros deseos y ambiciones… junto al corazón de Jesús.

«Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro». Esa es la “extravagancia” de Dios. Él se queda encerrado en el Sagrario para que su Palabra no esté encadenada. Así, pasando un rato contemplando a Cristo, aunque ahora no estemos presentes, nos damos cuenta de que no hay dificultades grandes (a pesar de las muertes, enfermos y dolor por el que pasamos en estos momentos…).

Nada puede impedirnos anunciar el amor que Dios nos tiene. No podemos privar a nadie de tener la posibilidad de acercarse a Aquel que tanto nos quiere.

Vale la pena, por tanto, pasar ratos delante del Sagrario, pararnos un momento en nuestro camino, y ponerlo en el centro de nuestra vida, pues la Iglesia vive de la Eucaristía.

La Virgen tuvo al Señor en sus entrañas. Nosotros lo tenemos también muy cerca (ahora en el corazón, recibiéndole espiritualmente). Le pedimos a nuestra madre que nos haga almas eucarísticas, y que pronto lo hagamos, realmente, ante el primer Sagrario que encontremos … cuando todo se “desescale” definitivamente.